"Los hombres, como los libros,
si una misión tienen
es vivir para contar."
es vivir para contar."
Por Guillermo Saccomanno
Leo Antschel es ingeniero, pero después de la debacle económica de la Gran Guerra, en los Cárpatos, vende leña de aserraderos.
Leo Antschel es ingeniero, pero después de la debacle económica de la Gran Guerra, en los Cárpatos, vende leña de aserraderos.
Friederike, su mujer, acostumbrada a la crianza de sus hermanos menores, no permite que lo doméstico le gane a su afición por la lectura, que le transmite ahora a su hijo Paul.
Lo manda a una escuela privada, pero el padre, lo cambia a una escuela hebrea.
En la familia se habla un alemán sin acento.
Czernowicz, la ciudad en que viven los Antschel, pertenece a Bulgaria.
En 1938 Hitler se anexa Austria. Y en Czernowicz, aunque el nazismo no parece inminente, ya se respira el racismo.
Los Antschel discuten qué hacer con sus ahorros.
El padre quiere reservarlos para una huida.
La madre y el hijo se oponen: un buen destino para el dinero es costear los estudios de Paul en una buena universidad europea. Madre e hijo ganan la pulseada.
En su viaje, al pasar por Berlín, el joven Paul puede ver el putsch nazi.
En su viaje, al pasar por Berlín, el joven Paul puede ver el putsch nazi.
Después, por fin, llega a París, donde estudia un año. Paul ha leído a Proudhon y simpatizado con Trotsky.
En este tiempo de iniciación parisina se conecta con los surrealistas y adhiere a la causa de la República Española.
En el verano siguiente, vuelve a Czernowicz. Poco después el Ejército Rojo invade Bulgaria y el ruso es obligatorio. Estudiante de Filología, Paul lo aprende a la perfección. Sus compañeros se asombran: en menos de un año Paul ya traduce Guerra y Paz de Tolstoi. Por entonces los soviéticos deportan a Siberia a cuatro mil hombres, mujeres y chicos.
Cuando Hitler rompe con Stalin el pacto de no agresión, las tropas rusas se retiran y las rumanas entran en Czernowicz ejecutando judíos y ucranianos acusados de colaborar con los soviéticos.
Cuando Hitler rompe con Stalin el pacto de no agresión, las tropas rusas se retiran y las rumanas entran en Czernowicz ejecutando judíos y ucranianos acusados de colaborar con los soviéticos.
Las SS dirigen las acciones. En horas liquidan a setecientos judíos.
En unos días, el número de víctimas sube a tres mil.
Se los priva de derechos, se los obliga al brazalete con la estrella.
Hay toque de queda y se alambra el gueto. Los nazis trasladan a los cautivos. Apenas dejan los necesarios para colaborar en algunos trabajos.
Las deportaciones se cumplen los fines de semana, las noches de sábado y domingo. Conscientes del riesgo de quedarse en el hogar esos días, muchos huyen el viernes para volver el lunes.
Las deportaciones se cumplen los fines de semana, las noches de sábado y domingo. Conscientes del riesgo de quedarse en el hogar esos días, muchos huyen el viernes para volver el lunes.
Un amigo rumano refugia a los Antschel en su fábrica de detergentes y cosméticos.
Pero la madre se resiste: “No podemos escapar de nuestro destino”, se queja. Un sábado, cuando Paul va a la fábrica, sus padres no acuden. El lunes comprueba que ellos fueron despachados a un campo, donde cumplirán trabajos forzados picando canteras en la construcción de un camino.
El padre muere de tifus. Su madre, consumida, es rematada de un tiro en la nuca.
Mientras los rumanos, bajo el mando alemán, saquean, violan, torturan y trasladan prisioneros, Paul sobrevive en el barro del gueto.
Mientras los rumanos, bajo el mando alemán, saquean, violan, torturan y trasladan prisioneros, Paul sobrevive en el barro del gueto.
Se consuela traduciendo sonetos de Shakespeare.
De esta época data su primer libro de poesía, Amapola y memoria.
A pesar de extraviar el original en su tránsito de fugitivo, lo reconstruirá años más tarde, pasada la guerra, ya a salvo en París. La amapola, además de la belleza, representa un opiáceo incapaz de anestesiar lo vivido (Paul armará de memoria su libro. Pero todavía falta para esto. No nos adelantemos).
Anclado en Czernowicz, Paul hace un trabajo para sobrevivir: busca libros rusos para quemarlos.
“Esta era una tierra en la que vivían hombres y libros”, recordará.
Podemos imaginar el fuego que consume un libro de Dostoiewski iluminando la cara del muchacho de veintidós años.
Podemos imaginar lo que siente. Pero nunca por completo.
A menos que se haya estado allí, imposible saber qué significa esa experiencia en la que las cenizas humanas y las de los libros se confunden tal vez porque los hombres, como los libros, si una misión tienen, es vivir para contar.
Y el nazismo niega a unos y a otros.
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