“La filosofía de Hitler es primaria”, ha escrito Emmanuel Levinas. “Con una fraseología miserable, el hitlerismo apela a sentimientos elementales.
” La escritura de Celan pone en duda no sólo los sentimientos sino también el lenguaje que los transmite.
Hay que convenir con George Steiner que la escritura de Celan es a la literatura lo que el Guernica de Picasso a la plástica. Es que resulta hipócrita aislar un lenguaje de la experiencia que lo genera. Si nos hemos detenido en la narración de una historia familiar y en su destino trágico es porque ambas afectarán al joven Paul y su poética.
El acercamiento a la lectura de Celan en español, y no sólo en español sino también en su lengua original, presenta dificultades. Debe tenerse en cuenta cómo la búsqueda celaniana fue evolucionando hacia una pureza que alcanzaría la abstracción. Cuando leemos traducido partimos de una confianza semántica. Pero, ¿qué ocurre con la significación cuando un verso es oscuro en su propia lengua? ¿Qué leemos en aquello que leemos traducido?
La biografía de un acosado, paradigma de la víctima, condiciona su lectura inclinando al lector hacia una mirada pietista.
Celan, que dominaba ocho idiomas, impugnaría esta clase de lectura benéfica: nada le importaba más que quebrar esa confianza en las palabras, una confianza que socava en su lengua original, el alemán, y está lógicamente vulnerada, por carácter transitivo, en toda traducción a otras lenguas.
Treinta años después del calvario, cuando adopte como apellido el anagrama de Antschel, el ahora Paul Celan, ya residente en París, en la École Normal Supériéure, será profesor de alemán y dictará un curso sobre “Un médico rural”, ese cuento de Kafka que se refiere inequívocamente al destino equivocado.
¿Acaso la madre del poeta no sostenía: “No podemos escapar de nuestro destino”?
La culpa, una cuestión central en la literatura de Kafka, marca también la escritura de Celan.
La prosa de Kafka es neutra y está sostenida por un tono burocrático que puede a veces exasperar por su impasibilidad. Arriesguemos: la prosa de un entomólogo dispuesto a describirlo todo. Rasgos, gestos, detalles imperceptibles. Tanta es su obsesión en lo mínimo y absurdo que se tiene la impresión de estar observando lo más insignificante con un gran angular. Neutralidad, se ha dicho.
Y es justamente esta neutralidad la que nos obliga a volver atrás, a certificar si hemos leído tal o cual detalle o se nos ha pasado por alto. ¿Hemos leído bien? ¿Es eso lo que estaba escrito? Por ejemplo, en “Un médico rural”, los dientes del caballerizo marcados en la mejilla de la joven criada. Por un instante dudamos si no se nos extravió algo en la lectura, algo callado, que pasamos por alto.
Esta sensación de perturbación se repite con la poesía de Celan.
Aún sus poemas más figurativos nos dejan la sensación de que hay algo que nos hemos perdido en la lectura. El lector ajeno al alemán puede sospechar de la traducción, si ésta funciona o no como “arte exacto” en la forma de transmitir una intención y una sonoridad.
Pero no se trata de la traducción más o menos eficaz, de la riqueza de tal o cual polivalencia significante.
Paul Auster afirma en “El arte del hambre”: “Celan exige al lector y resulta casi imposible comprenderlo por completo”. Acordemos con Auster que leer a Celan por primera vez se convierte en un acontecimiento memorable, que quizá sólo puede compararse con el grado de unción reveladora que inspira Kafka.
Como Kafka, Celan busca palabras que lastimen.
Celan se afana en la precisión: “Lo importante en el lenguaje es la precisión”, anota.
Como el checo Kafka, al pertenecer a un país periférico, a una lengua casi invisible, y estar ligado al idish, su elección es una lengua hegemónica: el alemán. No es una elección gratuita.
¿Qué territorialidad está en juego aquí?, cabe preguntarse. Sin tierra, el judío encontrará la suya en el libro. Steiner intenta explicarlo: “El hombre o la mujer que encuentra su hogar en el texto es, por definición, un objetor de conciencia de la mística vulgar del himno y la bandera, del sueño de la razón que proclama ‘mi país, esté o no en lo cierto’.
El lugar de la verdad es siempre extraterritorial; su difusión pasa a ser clandestina por las alambradas y vigías del dogma nacional”.
Un dato puede ayudar a comprender la operación que Celan hace al emplear como materia expresiva la lengua materna, pero también la de sus verdugos.
A Celan lo espanta que los criminales nazis, mientras transcurren sus juicios, escriban poesías.
Corresponde preguntarse entonces si la búsqueda de precisión que se propone con empecinamiento, no es una suerte de justicia reparadora.
Es decir, al indagar esa lengua, los límites de su comunicación, Celan condena: al subvertir la lengua madre, invierte la relación determinada en otro clásico de Kafka: “En la colonia penitenciaria”. Ahí donde Kafka dispone que el verdugo escriba la falta en el cuerpo del prisionero, Celan la resignifica en la lengua.
Guillermo Saccomanno.
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