Con Hatuey hemos de estar, y no con las llamas que lo quemaron… Este verso martiano bien puede tomarse como epitafio para aquel que muriera en rebeldía el 2 de febrero de 1512: «Hatuey murió, tremendas las semillas».
Si Ud. visita Baracoa, la Ciudad Primada de Cuba, encontrará en el parque principal, «parque triangular», -única peculiaridad notable de esta ciudad», según recalca el escritor cubano Alejo Carpentier en su novela La Consagración de la Primavera– un modesto monumento con el busto del Cacique Hatuey, cuya ubicación entraña un simbolismo particular. Se levanta a escasos metros de la puerta principal de la Iglesia parroquial. Y la tarja refleja la significación singular del personaje en la historia: HATUEY, PRIMER REBELDE DE AMÉRICA.
Si bien es justo tal reconocimiento porque Hatuey fue el primer rebelde de Cuba y América, tal vez en cada plaza importante debiera erigirse un monumento digno que se corresponda con la magnitud de su gesto rebelde en aquellos tiempos primigenios de nuestra historia común.
Quien fue el primer refugiado indígena en Cuba procedente de la isla la Española al inicio de la época colonial, libró la lucha de resistencia contra la conquista y colonización española en nuestras tierras, convirtiéndose en el primer rebelde de América.
Hecho prisionero por los españoles, rechazó, con hidalguía india, el cielo prometido a cambio de su arrepentimiento antes de cumplirse la pena de muerte en la hoguera.
Algunos años antes de que Hatuey pisara las tierras barocoanas, se produjo la llegada del Almirante Cristóbal Colón en su primera expedición. La existencia de los indios, su comportamiento y naturaleza fue narrada en aquel entonces.
Así que pensemos en aquel primer Almirante que puso los pies en tierra cubana procedente de la Española, y que un día 27 de octubre de 1492 empezó a encontrar la realidad de una geografía y de un grupo humano autóctono, los indios, desde Bariay a Baracoa. Llegó hasta aquí el martes 27 de noviembre, pues «…halló una grande población, la mayor que hasta hoy haya hallado y vido venir infinita gente a la ribera de la mar dando voces, todos desnudos, con sus azagayas en la mano.»
«Dice el Almirante aquí estas palabras: «cuánto será el beneficio que de aquí se puede haber…», «…Y porque atrás tengo hablado del sitio de una villa o ciudad o fortaleza por el buen puerto de buenas aguas, buenas tierras, buenas comarcas y mucha leña.»
«Y digo que vuestras Altezas no deben consentir que aquí trate ni faga pie ningún extranjero, salvo católicos cristianos…».
Otros aspectos significativos del relato de Colón son estos: «Hízolos dar el Almirante cascabeles y sortijas de latón y contezuelas de vidrio verdes y amarillas, con que fueron muy contentos… y certifica que diez hombres hagan huir a diez mil: tan cobardes y medrosos son que ni traen armas salvo unas varas…».
«Ellos son gente como los otros que he hallado, y de la misma creencia, y creían que veníamos del cielo, y de lo que tienen luego lo dan por cualquier cosa que les den, sin decir que es poco, y creo que así harían de especiería y de oro si lo tuviesen».
He ahí en síntesis todos los elementos esenciales recogidos en este encuentro entre las tropas comandadas por Colón y los indios que habitaban las tierras vírgenes de Baracoa, en la parte más oriental de Cuba. Observen la visión de apoderamiento de los territorios por parte de los españoles; la opinión sobre la naturaleza noble y la actitud temerosa de los indios ante la visita inesperada de los expedicionarios, que llegan a concebir como venidos del cielo; el engaño temprano en el intercambio de objetos; los planes de asentamientos futuros ante las riquezas posibles, para lo cual no se debía permitir que extranjeros de otros países pusieran sus plantas en los nuevos territorios «descubiertos», «ni venir a estas partes ninguno que no sea buen cristiano».
Pero el tiempo pasó, y el 6 de abril de 1511 los Reyes de España autorizaron a Diego Velázquez a iniciar la conquista y colonización de la Isla de Cuba, y después de desembarcar con 300 expedicionarios y con la cruz y la espada en Baracoa, fundó la villa el 15 de agosto de ese año. Y estas tropas fueron tan cruelmente eficaces para el exterminio, que Fray las Casas escribe que «la isla de Cuba…, está hoy (1555) cuasi toda despoblada.»…»Aquí acaecieron cosas muy señaladas. Un cacique y señor principal, que por nombre tenía Hatuey, que se había pasado desde la isla Española a Cuba con mucha de su gente, por huir de las calamidades e inhumanas obras de los cristianos.»
Hatuey era el cacique en una región llamada Guahabá y era uno de los jefes entre quienes se distribuía el mando de su isla natal.
Pronto enfrentó a los españoles en la Española (Santo Domingo y Haití), por la explotación y crímenes practicados en aquel territorio.
Al cabo su rebelión fue vencida, y decidió echarse a la mar hacia la isla de Cuba, acompañado de sus seguidores, algunos centenares según se afirma. Imaginemos, cómo aquellos seres pudieron aventurarse para hacer la travesía en sus rústicas canoas hacia la región de Baracoa, en Cuba, para convertirse en los primeros refugiados a consecuencia de la invasión y persecución extranjeras.
Estando en Cuba, según cuenta el Padre las Casas en su obra Brevísima relación de la destrucción de las Indias, se enteró Hatuey del desembarco de los españoles y empezó a advertir a la población nativa de lo sucedido en la Española.
Hubo de enseñarle una cestilla llena de oro en joya y dijo: «Véis aquí el Dios de los cristianos que ellos adoran y quieren mucho». Luego de recomendarse hacerle aireitos (bailes y danzas mágicas), Hatuey recomendó una opción mejor. Mirad, como quiera que sea, si lo guardamos, para sacárnoslo al fin nos han de matar, echémoslo al río». Y dice las Casas «Todos votaron que así se hiciese, y así lo echaron en un río grande que allí estaba.»
«Este cacique y señor anduvo siempre huyendo de los cristianos desde que llegaron a aquella isla de Cuba, como quien los conocía, y defendíase cuando los topaba; y al fin lo prendieron, y sólo porque huía de gente tan inicua y cruel, y se defendía de quien lo quería matar y oprimir hasta la muerte, a sí y a toda su gente y generación, lo hubieron vivo de quemar.»
Se cuenta que su apresamiento fue debido a la delación de uno de sus seguidores. ¡Oh, traición! Siempre hay un traidor o muchos traidores detrás del martirio y las derrotas de los mejores hombres y de las causas buenas.
Velázquez decidió hacer un escarmiento ante la rebeldía que amenazaron tempranamente, durante meses, sus planes de asentamiento en Cuba.
Le condenó por hereje y rebelde a la pena de muerte en la hoguera. Tremenda importancia debió darle a aquel personaje cuando en vez de sacrificarlo inmediatamente en Baracoa, sitio de su resistencia y aprensión, lo hiciese en un sitio a cientos de kilómetros como Yara, actual provincia de Granma.
Y sigue contando las Casas, que cuando un cura de la orden de San Francisco Tesín, trataba de convencerlo de la bondad de Dios y de la posibilidad de ir al cielo si se arrepentía y disfrutar de un eterno descanso porque si no iría al infierno a padecer perpetuos tormentos y penas, Hatuey preguntó al religioso si iban aquellos cristianos al cielo, y al responderle el religioso que sí, «dijo luego el cacique sin más pensar, que no quería él ir allá sino al infierno, por no estar donde estuviesen, y por no ver tan cruel gente.»
Así se expresó la rebeldía del cacique Hatuey, cuya resistencia fue proseguida en Baracoa por el cacique Guamá desde 1514 hasta 1534 en que fue asesinado por causa intestina. Muchos otros indígenas cubanos ofrecieron tenaces y heroicas resistencias a la barbarie española.
Esta no es toda la historia de la conquista y colonización de Cuba iniciada hace más de quinientos años, proceso comenzado poco antes en la Española, y proseguido después en los más vastos territorios del resto de América. ¿Cómo conmemorar estos hechos fundacionales? Es hora de abrir un espacio reivindicador para enaltecer las virtudes de nuestras poblaciones primitivas, para hacer justicia ante su holocausto, para destacar su rebeldía a pesar de sus impotencias por el poderío y fuerza comparativamente inferiores a la de sus opresores y asesinos, para ofrecer cátedras que agiganten las lecciones que dieron, a pesar de su atraso relativo en el desarrollo humano, para rendir homenaje a aquellos rebeldes como Hatuey y otros muchos jefes indios.
En homenaje al padre las Casas señaló José Martí que «ese es un nombre que se ha de llevar en el corazón, como el de un hermano.»
Sobre Hatuey y otros grandes indígenas de América, sentenció: «Con Guaicaipuro, Paramaconi, con Anacaona, con Hatuey hemos de estar, y no con las llamas que los quemaron, ni con las cuerdas que los ataron, ni con los aceros que los degollaron, ni con los perros que los mordieron».
Finalmente, este verso martiano bien puede tomarse como epitafio para aquel que muriera en rebeldía el 2 de febrero de 1512: «Hatuey murió, tremendas las semillas».
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