En el país de la mentira televisada, trabajar en la calle y ganarse el mango es delito,
y la pena es bancarse un operativo policial violento, digno de mejores causas (¿tratarán del mismo modo los uniformados a los jefes narcos, a los grandes evasores de guante blanco, a los dueños de las redes de trata?).
En el país de la mentira uniformada, racista y xenófoba, los enemigos públicos para el Estado son los senegaleses, los mapuches, los pobres, los despedidos, los expulsados del sistema.
En el país de la mentira fácil, las fuerzas de "seguridad" salen cada noche a cazar a pibes con gorrita para garantizar la calma nocturna del cada vez más pequeño mapa de privilegiados.
En el país de la mentira hegemónica, todos son "vagos" menos los empresarios, los hijos de ricos, los lúmpenes con fortuna, los patrones y los estancieros que hoy gobiernan (y viven del Estado desde hace décadas).
En el país de la mentira masificada, el discurso de los Baby Etchecopar, de los Alfredo Leuco, de los Jorge Lanata es bien recibido y es carne fresca para las fauces de una porción del electorado que quiere sangre, que no le importa el argumento ni la discusión ni las ideas ni nada parecido, porque sólo le importa defender su propiedad privada por encima de cualquier otro derecho.
En el país de la mentira policial, los aplaudidores del genocidio de los setenta y de la represión de hoy son buenos para correr a un pibe que se afana un celular y molerlo a palos en el piso, pero son mansitos y calladitos cuando el que les roba es un patrón, un estanciero, un gerente, y le sube las tarifas, y le roba el salario, y juega a la timba del dólar con el sueldo ajeno.
En el país de la mentira estupidizada, te dicen "este país se saca adelante trabajando",
mientras cada día se pierden centenares de puestos de trabajo.
En el país de la mentira repetida por pereza, los que reclaman por sus puestos de trabajo
son todos "golpistas" o "desestabilizadores",
porque defienden el mango o el plato de comida de los pibes.
En el país de la mentira más votada, los funcionarios del gobierno estafan
al laburante y se llevan sus ahorros al exterior,
y hacen negocios a través del Estado,
y le abren la puerta a grandes negociados a sus amigos y aliados,
y endeudan a varias generaciones de argentinos,
y saquean las riquezas naturales y nadie les dice nada.
En el país de la mentira callejera, laburar es delito.
En el país de la mentira, el poder está en manos de estos miserables.
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