(APe).- El tiempo parece congelado en esa imagen. La de los hacedores de la sangre derramada disparando balazos de odio para frenar lo irrefrenable. Para torcer los rumbos de la historia. Quince años de aquel junio. Quince enteros años que hubieran transformado a Darío y a Maxi en dos hombres de poco menos de 40 años. Pero que la perversidad dejó ahí. Anclados en esa historia efímera de algo más de dos décadas que acumuló sabidurías, coraje, ternura y abrazo que abrieron huellas de rebeldía.
Y junio se empeña una y otra vez en regresar con esa terquedad sistémica. Que continúa arrojando con espasmos los cuerpos a los abismos de la nada. Otros cuerpos. Parecidos. Jóvenes. Barbados o desnudos. Frágiles con esa fragilidad de la que sólo un modelo que aplasta es capaz de gestar.
Junio arde rojo aquí en la espalda. Porque la cruz de todos es la misma, canta Fandermole. Y los nombres de los mandantes se diluyen y vuelven –travestidos- hasta el hartazgo. Y la justicia es un sustantivo vacío de contenido y representado por balanzas falaces. Y las cárceles siguen explotando de otros que son siempre los mismos. Nunca ellos.
La estación se volvió a teñir de rojo en las banderas de este junio. Banderas que llevan otras palabras. Que cargan con el peso de sus nombres. Y serán otros los verbos conjugados. Pero, como aquel junio, sintetizan con modos diferentes aquellos eternos pan, paz, trabajo de cada revolución trunca o revolución parida. Porque es el hambre la que hace fluir los gritos. Porque el motor de la historia nace en las vías olvidadas de las villas. Y en los túneles subterráneos de la oscuridad. Donde los rostros demacrados de los nadies son cincelados a fuerza de injusticia y de desprecio.
Es junio, una vez más, el que devuelve ese gesto que va a la médula más bella y honda de la condición humana. En días y tiempos de oscuras mezquindades Darío sigue frenando con su mano en alto a los hacedores de la vileza para que nada lastime a Maxi. Son ellos dos en un presente continuo. Solitos frente a los crueles. Como el símbolo más irreductible del amor compañero. Como la bandera más pura que renace y resucita. Y no estamos solos.
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