El " escriba" de Macri
Por Ricardo Forster
El reportaje que el diario Perfil le hace el domingo 16 a Alejandro Rozitchner es una pieza antológica del absurdo, del vacío y, por qué no, del cinismo, si es que esta última actitud ante la vida y la sociedad no requiriese de ciertas sutilezas de las que carece el escriba de Macri.
Todo el reportaje es desopilante.
Quizá la parte más genuina sea la de la marihuana, aunque se nota que, al darse cuenta de algunas cosas que dijo, se asusta un poco y retrocede hacia el limbo de otro momento de su vida que, por supuesto, no es éste, cuando su gobierno “democrático-revolucionario” (¡sic!) se ha embarcado, con el destino seguramente fallido de otras aventuras similares de la derecha continental, a la lucha contra el narcotráfico.
Pero, claro, éste es un detalle –el vínculo con la DEA, la concepción persecutoria y represiva, la militarización a la que aspiran, la reivindicación de los modelos mexicano y colombiano, etc.– es el largo oxímoron que define el quid del reportaje.
Tal vez sienta nostalgia por sus años de filósofo rockero en los que se podía escuchar buena música mientras uno viajaba sin que nadie interrumpiese sus ensoñaciones.
Rozitchner (que es Alejandro y no León, su padre, que marcó un nivel muy alto y comprometido en el pensamiento filosófico argentino y latinoamericano) alucina con ser parte de un proyecto de izquierda (¡sic!). Sí, estimado lector, transcribo su respuesta: “Cambiemos es quien toma y realiza las banderas de izquierda”.
Cierto azoro me recorre al leer este tipo de definiciones, este brutal borramiento de la memoria histórica, de las diferencias absolutas entre la tradición de la izquierda y la restauración neoliberal de la que participa lo más campante Rozitchner, creyendo (si es que la impostura y el cinismo no estuvieran detrás de esa afirmación y todo se tratara de un chiste de mal gusto) que Mauricio Macri es la expresión más avanzada de la izquierda de la época y que su gabinete de ceos de bancos y corporaciones multinacionales es apenas un accidente que nada tiene que ver con la orientación política, económica e ideológica, de quienes hoy están concentrados en destruir cualquier resto de estado de bienestar y de justicia social entre nosotros.
El nivel de hipocresía que se puede alcanzar es sorprendente. En todo caso, las respuestas entre naïf y surrealistas de Rozitchner marcan la estrategia comunicacional de una derecha que intenta aggiornarse a los nuevos tiempos en los que la democracia no funciona como una barrera antagónica a los intereses de las grandes corporaciones económicas.
Y si la democracia sostiene gobiernos populistas a los que no se pudo vencer electoralmente, como en el Brasil, pues se apela al golpe blando que reinstala el poder de la derecha.
El filósofo del régimen, si cabe darle esta estatura, hace un esfuerzo, que apenas si roza lo conceptual, por definir el lugar desde el que enuncia el macrismo su proyecto político neoliberal.
Pero lo hace jugando gratuitamente con categorías políticas que a él ya no le significan nada.
Vivimos, y Rozitchner es un exponente de eso, en la época en la que todo se disuelve y donde cada día se elige el valor con el que nos vamos a conducir durante el día para cambiarlo a la mañana siguiente.
Pero no –y pese a las tentaciones que provienen de aquellos años felices de cara a las estrellas y fumando de la buena–, el escriba oficial se siente cómodo en su puesto, disfrutando de su cotidianidad bien cerca del poder y de sus diálogos con Macri de quien dice, respondiendo a otra pregunta del entrevistador, que “efectivamente no lee los diarios” porque él está para otras cosas (uno tiene la impresión de que no sólo no lee los diarios sino que cualquier forma que relacione la palabra con la escritura le es ajena al ingeniero).
De todos modos, para leer lo que hay que leer están los empleados. Rozitchner se congratula de que Led Zeppelin lo formó mejor que Platón (cosa que no tendría nada de malo si es que uno no sospechara que al filósofo griego no le dedicó demasiado de su tiempo y que no viene al caso la oposición entre dos universos que podrían ser complementarios). Él, con su facha de neointelectual ojeroso y de rockero hippie (así lo define Perfil), viene a completar el bestiario del macrismo que, bien a tono con su carácter de derecha cool, no le hace ascos a lo políticamente incorrecto y a la veloz e ignorante apropiación de símbolos y tradiciones que nada tienen que ver con una derecha ceocrática muy poco inclinada hacia el refinamiento cultural.
Le debe resultar absurdamente fácil a nuestro dizque “filósofo” hacerle un resumen cotidiano al Presidente; eso sí, tiene que ser rápido y hablado, no vaya a ser que unas cuantas páginas escritas indigesten a la máxima autoridad del Gobierno.
Rozitchner es la cara cool y descontracturada del macrismo, es la alquimia de new age, nietzscheanismo vegetariano (aunque en otro reportaje dice que la vida es difícil y que hay que hacerse cargo de una dificultad que impide imaginar una sociedad más equitativa), neopunk desactivado e impunidad discursiva propia de una conversación de jueves a la noche en Palermo Soho.
En verdad es el rostro de Jano, la parte que se quiere progresista y hasta de izquierda porque se siente perfectamente adaptada a una época donde nada es sustantivo ni las ideologías son otra cosa que un divertimento para pasotistas que gustan de utilizar las categorías y las tradiciones como si formaran palabras absurdas extrayendo arbitrariamente las letras de una sopa de fideos de aquellas que nuestras madres nos hacían en la infancia para que aprendiéramos a formar palabras.
Rozitchner aprendió que nada es lo que parece, que la restauración neoliberal en la Argentina es la expresión más avanzada de un proyecto de izquierda.
Para él todo es relativo y nada es, en definitiva, importante cuando de lo que se trata es de aprender el arte de la seducción, la impostura y la virtualidad.
Mientras que los ministros y secretarios empresarios son la cara dura, implacable y brutal de las políticas del ajuste y de la transferencia fabulosa hacia los ricos de la renta de los trabajadores y de las pymes: mientras el ministro de energía Aranguren se permite ¿ironizar? con aquello de que si les parece que la nafta está cara lo mejor es no comprar;
mientras Prat-Gay habla de la “grasa militante” y se horroriza por la posibilidad de que un santiagueño llegue alguna vez a ser presidente del país;
mientras Triaca, genuino heredero de su padre, anuncia que hay un proyecto para descontar y hasta prohibir las huelgas; mientras el ministro de Educación Esteban Bullrich, poniendo la mejor cara de cinismo macrista, dice que no entiende por qué más de cincuenta mil universitarios se manifestaron contra las políticas de desinversión y los ajustes; mientras que muchos de sus ministros, secretarios y directores (incluyendo en esta prosapia al propio presidente) han hecho de las sociedades offshore su deporte preferido, los Rozitchner del macrismo vienen a representar el lado fashion y cool, la parte amable y progresista, esa que Durán Barba tan prolijamente les ha inculcado en sus miles de seminarios en los que el “entusiasmo”, la “alegría”, “la diversidad”, “el trabajo en equipo”, “la meditación”, han sido piezas maestras de esos rostros zen que recorren las expresiones de muchos funcionarios a la hora de decir las cosas más horribles.
Preguntado, entre otras cosas, por el affaire de los Panamá Papers, simplemente respondió que él no sabe nada de asuntos financieros y que le cree a Mauricio.
Así de simple, seguramente León, su padre, un estudioso de la obra de Karl Marx y un crítico profundo y sutil del capitalismo, si pudiera se preguntaría qué clase de analfabetismo político y económico puede llevar a que alguien que dice tener una formación filosófica desconozca la lógica de las guaridas fiscales,
del agujero negro al que van los capitales más corruptos,
de una gigantesca evasión impositiva
y de fuga permanente de miles de millones de dólares que ha caracterizado a la época de la financiarización del capital.
Pero no, según su escriba, a Mauricio, que es millonario por herencia, “lo veo muy enfrentado con los empresarios, a los que conoce muy bien. No les tiene simpatía” (¡sic!).
Extraño que el gobierno que más ha hecho a favor de los intereses de los grandes grupos económicos,
que directamente armó un gabinete nacional con sus ceos, como para que no haya ningún tipo de dudas, sea presentado como un adalid que “lucha contra la pobreza” y que les tiene antipatía a sus pares de toda la vida (¿o qué son, si no empresarios, sus íntimos amigos del Cardenal Newman que lo acompañan desde puestos fundamentales o como socios ocultos de antiguos y actuales negocios?).
Un extraño reportaje que nos permite visualizar uno de los rostros perversos del macrismo,
un ejercicio de feroz impostura que renuncia a cualquier argumentación para bordear el abismo del absurdo.
Fuente : Revista : VEINTITRES.
Fuente : Revista : VEINTITRES.
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