En este rincón íntimo y concreto de mi vida, la que me dieron mi madre y mi padre en su rumbo de su exilio y de Revolución, siempre habrá un motivo para quererte, para no olvidarte, para no dejar sin contestar un solo agravio de los sujetos mínimos, una sola afrenta de los esbirros del odio.
Se corrió el telón de tus cien vidas, ya apagaron la luz. Salimos todos moqueando, admirados por tu estatura de gigante, abatidos por la tristeza, deshechos, consternados, sin saber qué decir ni qué hacer para poner el corazón afuera, para que todos vean los que nos pasa adentro, lo que hemos perdido, lo que fuiste para nosotros.
Querido comandante, amado subversivo invicto, pusiste a Cuba arriba de la historia, en una loma inalcanzable para el imperio y para los indignos. Hombre faro, te llorarán en todas las villas de la tierra, pero atrás del dolor por tu partida, en los campos de Angola y de Namibia, en los cerros de Venezuela, en Hanoi invencible, en las plazas de Santiago, en Harlem, en Granada, allí donde tu ejemplo inagotable vivirá por siempre, nos quedará a los propios la alegría, la certeza, el orgullo incólume cuando pronunciemos tu nombre. Porque, vamos a ser justos, Comandante: ¡Qué paliza les diste! Van a pasar mil años, cien presidentes y dos millones de psicólogos antes que puedan olvidarla.
Leandro Grille
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