Por Bernardo Maresca *
“El peor analfabeto es el analfabeto político.
El que no ve, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.
El que no sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pescado, de la harina, del alquiler, del calzado o de las medicinas, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece e hincha el pecho diciendo que odia la política.
No sabe el imbécil, que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, el asaltante y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
El que no ve, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.
El que no sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pescado, de la harina, del alquiler, del calzado o de las medicinas, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece e hincha el pecho diciendo que odia la política.
No sabe el imbécil, que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, el asaltante y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
Desde hace casi veinticuatro siglos es pacíficamente aceptado que el concepto de “política”, deriva del griego antiguo y hace referencia al gobierno de las “polis”, las ciudades estados griegas. El sufijo “tica”, en términos estrictos, se traduce generalmente como “relativo a”, pero se ha entendido que “lo relativo a la polis” es su gobierno. Ese sufijo es utilizado en múltiples palabras y, - en general, y sin forzar su significado -, remiten también al concepto de gobierno.
La aceptación, difusión y popularidad del concepto se debe a “Polìtica”, una de las obras más conocidas del filósofo Aristóteles (384 a.C. a 322 a.C.). Con el tiempo el “gobierno de la polis” significó también el “gobierno del Estado”, sea este nacional, provincial o municipal.
El mismo Aristóteles definió al ser humano como un “zoon politikon”, esto es, un animal político que vive en un medio social ordenado por las leyes que lo rigen. La política, en la Grecia clásica, estaba asociada al concepto de “asuntos públicos” para diferenciarlos nítidamente de los “asuntos privados”. Lo “político” era inherente al ciudadano preocupado por el gobierno de la cosa pública (la “res pública” de los romanos), y por completo ajeno a quienes sólo privilegiaban sus asuntos privados.
Otras palabras de raíz helénica con el mismo sufijo y que refieren a cuestiones de gobierno pasan habitualmente desapercibidas. Un tema es un asunto o materia que se pone en consideración, mientras que un problema es una cuestión dificultosa que se trata de aclarar. La conducción de los asuntos públicos y sus complicaciones exigen el “gobierno de los temas” (temática) y el “gobierno de los problemas” (problemática).
En tiempos de Pericles, ( 495 a.C - 429 a.C.) la administración de los asuntos públicos (polis, res pública) reclamaba, además, que el gobernante posea la idoneidad suficiente para ejercer adecuadamente tanto el “gobierno de las palabras” (gramática) como el “gobierno de los números” (matemática).
Asimismo, la pericia del gobernante debía incluir la “heurística”, entendida como el gobierno de las investigaciones basadas en el descubrimiento, la creatividad o las innovaciones positivas, necesarias para la resolución de los problemas políticos; la “hermenéutica” o “gobierno de la interpretación de los textos”, imprescindible para dar un significado unívoco a lo redactado sobre la acción de gobierno o comprender adecuadamente los mensajes remitidos por terceros países; la “holística”, es decir, “el gobierno de ese todo que es superior a la suma de las partes”, en el que las partes sólo tienen sentido interrelacionadas entre sí, careciendo de significado en forma aislada.
Podemos agregar, también la “ética” entendida como “el gobierno de las obligaciones propias de un buen ciudadano”, diferenciándolas de las acciones antiéticas que caracterizan al mal ciudadano; y la “mística” que expresa “el gobierno del máximo grado de perfección y conocimiento humanos”.
El ciudadano que no reunía tales capacidades de gobierno de los asuntos públicos sólo le quedaba limitarse a gobernar sus asuntos privados. En el siglo de Pericles no eran bien consideradas aquellas personas egoístas que hacían caso omiso de las cuestiones generales y públicas y sólo se dedicaban a cuestiones particulares y privadas.
“Idios”, en la Grecia clásica, significaba “privado”. La “idiótica”, entendida como “el gobierno de lo privado”, no era una actividad apreciada por los ciudadanos preocupados por los asuntos públicos; por el contrario, llegó a tener una carga semántica tan negativa que la palabra “idiota” –privado de la razón– deriva de la palabra que señalaba al que sólo privilegiaba sus propios asuntos particulares haciendo caso omiso de las cuestiones que afectan a todos los ciudadanos.
Parece obvio que gobernar lo público reclama gobernar sus temas y sus problemas; sus palabras y sus números; con creatividad e innovaciones positivas; conociendo e interpretando sus orígenes e historia; conduciendo al conjunto en beneficio del bienestar general y no en favor de unos pocos particulares; y cumpliendo con sus obligaciones públicas con el máximo grado de perfección. Por lo menos esa era, en tiempo de Pericles, la diferencia existente entre un político y un idiótico.
En la Argentina actual –en que la política ha sido entusiastamente denostada por la persistente ofensiva multimediática de las corporaciones–, la idiótica ha tomado el poder del Estado y aprende “sobre la marcha”.
Los CEO (Chief Executive Officer o directores ejecutivos) de las corporaciones Axion, Banco Galicia, General Motors, Citibank, Coca Cola, Deutsche Bank, Farmacity, Grupo Clarín, HSBC, JP Morgan, LAN, La Nación, Monsanto (ahora Bayer), Pan American Energy, Shell, Techint, Telecom y Telefónica, entre otros grupos concentrados –esto es, la representación más genuina de la idiótica que supimos conseguir–, han devenido en ministros y secretarios del Poder Ejecutivo nacional y titulares de organismos descentralizados, con el objetivo claro de optimizar las ganancias de sus respectivas empresas y de ningún modo para impulsar políticas públicas que beneficien al conjunto de la sociedad, especialmente, a sus sectores más postergados.
Este es el momento de reflexionar seriamente sobre la verdadera experticia que es necesario acreditar y, fundamentalmente, los deberes que deberían encarnar los encargados del gobierno de la cosa pública.
* Sociólogo-UBA.
Fuente : Página 12.
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