Se mueven entre dos polos contradictorios, antitéticos: no son propietarias de gran cosa, de medios de producción concretamente.
Y tampoco están en una situación de todo desposeimiento como las clases más humildes, campesinos u obreros.
Realmente están en el medio del huracán de la lucha de clases.
Estar en el medio es lo que las torna, justamente, un producto indefinido: demasiado pobres para sentirse aristócratas, demasiado ricos para sentirse pueblo, para sentirse plebe.
Su lugar social es casi imposible: un poco de cada cosa, pero sin ser nada en definitiva.
Lugar trágico, incómodo, patéticamente conmovedor.
¿Qué son realmente las clases medias?
Son un poco de cada cosa, y por tanto no son nada definido.
La pertenencia a las clases medias no se da tanto por una cuestión de ingresos sino de posición ideológica.
Se definen, ante todo, por su conciencia de clase –o, mejor dicho aún, por su falta de conciencia de clase–.
¿De dónde les viene esta “locura” política, esta falta de comprensión tan irracional a estos sectores sociales?
Justamente de su particular anclaje social: soñando ser lo que no son, aspirando fantasiosamente un mundo de riqueza que, en lo real, les está vedado, se espantan de perder lo que tienen, logrado sin dudas con grandes esfuerzos. El fantasma que persigue por siempre a las clases medias es la caída social, la pobreza, pasar a ser aquello de lo que escapan eternamente. Muy aleccionador es al respecto lo que en momentos de lo peor de la crisis que golpeó a Argentina en estos últimos años, podía verse en carteles en más de alguna “villa miseria” (barrios marginales de las grandes ciudades). Rezaba ahí, no sin una dosis de sarcasmo por parte de los eternamente desposeídos que veían empobrecerse más y más a toda la sociedad argentina, y habitantes históricos de estos tugurios: “Bienvenida clase media”.
A partir de esa situación tan particular de ser y no ser, de ser pobres disfrazados de ricos, de ser pobres con saco y corbata, de no querer sentirse asalariados –racismo mediante–, su concepción política está igualmente disociada.
Si bien es cierto que las clases medias tienen bastante acceso a la educación y comparativamente están mucho más preparadas que los sectores más humildes (esto es válido en cualquier país del mundo), no menos cierto es también que su conciencia política es raquítica, mucho más que la de los obreros o los campesinos, los indígenas o los desocupados.
Pensar que se puede retroceder en la escala social y terminar en una “villa miseria” merece el suicidio. .
Así, a partir de esas circunstancias, las clases medias son el campo más fértil para que los grandes poderes manipulen su conciencia y las transformen, además de consumidores pasivos, en perfectos estúpidos en términos políticos.
No hay sectores más reaccionarios que las clases medias.
Marcelo Colussi
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