La guerra contribuyó a que el pueblo español se entregara a la lectura. Sobre esta paradoja, Eduardo de Ontañón, a su llegada a México, en una entrevista concedida a El Nacional, publicada el 26 de junio de 1939, dijo:
Las obras de Baroja, y de otros muchos, que se editaban en cifras de 5.000, súbitamente aumentaron hasta el cuádruplo, por obvia razón: la juventud hispana, sumida en las trincheras, tenía ya dinero con qué comprar los libros de su agrado, y El Romancero de García Lorca, por ejemplo, sobrepasó la cifra de 80.000.
Un caso asombroso y desconocido en España. El libro fue el compañero inseparable del fusil, y al estallido rojo de las granadas, muchos campesinos españoles aprendieron a leer y muchas inteligencias dormidas despertaron en un ansia de aprender.
Los soldados también hicieron labor editorial. A finales de 1936, el Quinto Regimiento lanzó la colección Documentos históricos, que incluía libros de prosa, poesía y teatro.
Rafael Alberti recuerda que en el Madrid asediado se publicó la novela Cumbres de Extremadura, de José Herrera Petere.
En 1939, el Comisariado del Ejército del Este, a cargo de Manuel Altolaguirre, publicó el libro de Neruda España en el corazón, del que dicen que hasta el papel fue hecho por los soldados y una primera edición de España, aparta de mi este cáliz de César Vallejo, estaba a punto de ser publicada cuando cayó Cataluña.
Rafael Alberti recuerda que en el Madrid asediado se publicó la novela Cumbres de Extremadura, de José Herrera Petere.
En 1939, el Comisariado del Ejército del Este, a cargo de Manuel Altolaguirre, publicó el libro de Neruda España en el corazón, del que dicen que hasta el papel fue hecho por los soldados y una primera edición de España, aparta de mi este cáliz de César Vallejo, estaba a punto de ser publicada cuando cayó Cataluña.
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