"La muerte sólo tiene importancia
en la medida que nos hace reflexionar
sobre el valor de la vida.”
André Malraux
“El miedo a la muerte suele encerrar la trágica paradoja de que, al cercenar los impulsos de la vida, contribuye a eludir los riesgos que la vida incluye”, advierte el autor; a través del análisis de un célebre relato de León Tolstoi, destaca que “la sociedad y los estereotipos culturales favorecen el adormecimiento de la vida”.
La muerte de Iván Ilich, escrita por León Tolstoi en 1886, es una obra paradigmática sobre la muerte como situación límite; sobre el drama del sentido de la vida ante la cercanía de la muerte. La novela presenta la historia de una persona que encarna el estilo de vida y los parámetros existenciales de muchas personas, los cuales son bruscamente cuestionados por la enfermedad y la proximidad de la muerte. La lectura de La muerte de Iván Ilich puede hacerse en tres niveles superpuestos. El primero es el nivel de la crítica social, que Tolstoi propone en la mayor parte de su obra. En el caso de La muerte..., la crítica recorre dos caminos; el primero es el de la insensibilidad social ante la muerte de los demás, y el otro es el de la vida de una persona que refleja el vacío al que habitúan los convencionalismos sociales. Pero hay un segundo nivel, el del recorrido existencial ante la proximidad de la muerte. El relato abarca los últimos meses de la vida de Iván Ilich, y Tolstoi acentúa el drama al establecer un doble contraste: por una parte, presenta a una persona que se apaga mientras recuerda los momentos en que gozaba de salud, éxito y riquezas; por otra, confronta su padecimiento con la indiferencia de su esposa, sus hijos, los médicos, colegas.
El tercer nivel corresponde al último pensamiento de Iván: “Ha terminado la muerte. Ya no existe”. Este nivel se articula con lo que formularía Ludwig Wittgenstein en Tractatus Logico-Philosophicus: “La muerte no es un ningún acontecimiento de la vida. La muerte no se vive”. En este nivel –en el que está presente un sentimiento de extrañeza– hay una propuesta muy del estilo de Tolstoi en relación con el significado de la muerte.
El dramatismo existencial con el que Iván Ilich vive la proximidad de su muerte tiene un contrapunto, que lo acentúa, cuando Tolstoi expone la trivialidad con la que se enfrenta la muerte de los demás. Heidegger mencionaba que la muerte de otro puede ser ocasión para reflexionar sobre el carácter temporal del ser humano, pero a menudo la muerte de otra persona se convierte en un acontecimiento que despierta el morbo: ¿Cómo fue su muerte?, ¿Cuántos hijos deja?, ¿Qué va a ser de su mujer? En el relato de Tolstoi, las cavilaciones de otros están dirigidas a las vacantes laborales que el fallecimiento de Iván Ilich producirá. Y una parte del contexto de estas reacciones es el de los convencionalismos fúnebres, que Tolstoi deja al descubierto.
En cualquier caso, hay una tendencia natural a evadir la muerte de otra persona como algo que nos concierna, al fin y al cabo el que se muere es otro. “Aparte de las reflexiones sobre posibles nombramientos y cambios en el servicio, que podría traer consigo ese fallecimiento, el hecho mismo de la muerte de un conocido provocó en cuantos recibieron la noticia, según ocurre siempre, un sentimiento de alegría, porque había muerto otro y no ellos”, se lee en La muerte de Iván Ilich. Karl Jaspers explica este fenómeno de distanciamiento hacia la muerte de la siguiente manera: “El hombre que sabe que ha de morir considera este acontecimiento como una expectación para un indeterminado punto del tiempo; pero, en tanto que la muerte no desempeña para él otro papel que tener cuidado de evitarla, la muerte sigue sin ser para el hombre una situación límite”.
Inclusive el sepelio resulta para los amigos de Iván una obligación fastidiosa: no saben qué hacer ni qué decir, e interrumpe rutinas y compromisos sociales más agradables. La actitud de la esposa en el velorio se resume en guardar las apariencias, ya que la principal preocupación que tiene en mente no es la muerte de su esposo sino el futuro de ella; en especial, le preocupa la forma de obtener todo el dinero posible de los seguros de vida. Pero la crítica de Tolstoi va mucho más allá, en el recorrido que hace por la vida de Iván, en especial sus últimos meses. A Iván Illich lo enfadan los rituales y la hipocresía de los médicos, quienes no atinan a hacer un diagnóstico ni a dar un remedio y, sin embargo, conservan la falsa actitud de tenerlo todo bajo control y se dan aires de importancia, como si de ellos dependiera la vida del paciente. A esto se suma la molesta simplificación que los demás personajes hacen de los sufrimientos de Iván, ya que para ellos la cuestión es que el enfermo no sigue al pie de la letra las indicaciones médicas.
El derrumbe espiritual de Iván está motivado, en primer lugar, por los dolores que experimenta, como señales de que su muerte está próxima, pero también por la indiferencia de los demás ante sus padecimientos. La convicción de que se está muriendo y que a nadie le importa se traduce en una enorme soledad. “Los que lo rodeaban no lo comprendían o no querían comprenderlo, y pensaban que todo seguía igual que siempre. Eso era lo que más hacía sufrir a Iván Ilich.” En especial es sensible a la soledad que le resulta de la indiferencia de su familia; para su esposa y su hija, la enfermedad, las quejas, los cuidados que requiere Iván son molestos, en la medida que alteran su vida diaria. Acerca de la soledad, uno de los fragmentos más dramáticos es el que describe la actitud de la hija: al volver de un médico, Iván empieza a contarle a su mujer lo que le dijo el doctor cuando “entró su hija, con el sombrero puesto: se disponía a salir con Praskovia Fiodorovna [su madre]. Hizo un esfuerzo para sentarse a escuchar las palabras aburridas de Iván Ilich; pero no pudo resistirlas hasta el final, ni la madre tampoco”. Para la hija, fuerte, sana y enamorada, la enfermedad de su padre es irritante porque estorba su felicidad. Por su parte, Iván quiere que alguien lo compadezca y le tenga lástima, la que se le tiene a un niño enfermo.
Luis Guerrero Martínez
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