Por Claudia Rafael
(APe).- Siguen muriendo como pájaros. Derrumbados violentamente en el inicio de un vuelo hacia la magia, que debiera ser la vida. Ninguno de ellos tendría que estar allí. El lugar de la muerte es definitivo. Eluney, de 2 años; Mía, Zoe y Luana, de 7 cada una. Por una vela incendiaria que paliaba en la casilla de Lanús la falta de electricidad. Gabriel, de apenas 2 y los hermanos Kevin, de 1 y Milagros, tan solo de 3. En una aldea guaraní de Misiones que los incineró a la hora de la siesta. Los mismos 3 años de Agustín, asesinado por un balazo en la espalda, en Lomas de Zamora.
Las cuatro niñas de Villa Diamante, Lanús, fueron atrapadas por las lenguas de un fuego arrasador. Ya no son. Conforman, juntas, entrelazadas -solitas y arrinconadas por el miedo de los instantes previos- esas piezas inolvidables del rompecabezas de la condición humana.
Como Gabriel, Kevin y Milagros, a más de 1100 kilómetros de distancia. En la olvidada aldea Koenjú, de la comunidad Mbya Guaraní. Mientras sus mamás lavaban las ropas en el arroyo cercano.
Tan iguales las muertes. Tan abismales los contextos.
Las niñas de Lanús, en sus casillas frágiles de miserias olvidadas, amontonadas en ese triangulito que representa el 0,1 % de la geografía argentina junto a otros 11 millones de almas trajinantes. Apiñadas malamente mientras la madrugada olvida a los débiles y una vela no alcanza para ver horizonte alguno detrás del túnel pero sí para transformar en cenizas los sueños.
Los niños de Koenjú, con el monte alrededor que cobija del resto del mundo, respiran y cantan otros ritmos. Apenas 35 familias guaraníes en la aldea. Allí donde las casitas de tacuara permiten entrar los hilos de un sol, cuando hay, que abriga apenas en los días fríos. Pero la lluvia obliga al fogón paredes de caña adentro. Para abrigarse, para cocinar. Para pelearle al frío. Esa lluvia que –escribía Horacio Quiroga- persiste “todo el día sin cesar, y al otro, y al siguiente, como si recién comenzara, en la más espantosa humedad de ambiente que sea posible imaginar…”
Agustín también tenía 3 años. Tres velitas. Tres sueños. Otra piecita ausente del rompecabezas de la condición humana. El fuego que le estragó la magia a Agustín era otro. No hace llamas pero tiene la misma crueldad. Mata. Quema de un modo diferente. En un escenario de ferocidad que hila en una trenza fatal a otras víctimas. Las que alguna vez tuvieron 3, 5, 9 pero a las que el poder institucional que decide quién sí y quién no, fue cincelando entre constelaciones de atrocidad. Y crecieron hundidas en el entramado de violencias diseñadas finamente por el estado. Connivente con otros estados paralelos que usan y tiran. “Papá, me duele”, cuentan que dijo el nene de 3 años antes de morir, en Lomas de Zamora.
La vida de Agustín ya no es ni será. En este desierto de utopías en el que valen más las mercancías impuestas por la lógica de mercado y de estado que la argamasa de la ternura, hay muertes diseñadas. Vidas sobrantes. Como las de los dos pibes de 14 y 16 señalados como responsables. Que –sean o no culpables de tan tremenda atrocidad- serán convenientemente servidos en bandeja de plata para fogonear la punibilidad cada vez más temprana.
Fue esa lógica estatal que decidió las fronteras de la pertenencia y la no pertenencia, la que prediseñó las construcciones de vida que pueblan de countries los humedales y apiñan millones en casillas de cartón con iluminación y calefacción a vela o a kerosene. La misma lógica que forjó las llamas en Villa Diamante mientras Edesur, y el estado que connive, había dejado la barriada sin luz desde hacía más de una semana por un transformador nunca reemplazado. “Hay una demanda judicial en curso”, se escudaron los funcionarios del municipio de Lanús. Como si las presentaciones ante la justicia devolvieran respiros. Reanimaran latidos.
Esa lógica de mercado es la misma que desmadra los días de pibes que crecen jugando a la vida y a la muerte, como si matar o morir tuviera regreso, con la violencia tóxica que quema el cerebro. Es esa lógica impune. Que sirve únicamente a los poderosos. Que muerde sólo a los descalzos, como diría Galeano. Que enrola para forjar ejércitos de crueles anónimos, a los que irá quitando sentidos y sensaciones simplemente para alistarlos a su servicio. Y de los que luego se desprenderá sin miramientos.
Para qué tanto sol, tanta abundancia torrencial, toda la vida planetaria, si nos golpea la injusta repartición, si la muerte baja del cielo a los extremos de la tierra, si la pobreza me aleja de las flores y la fiesta, escribió Adoum.
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