Rescatar la memoria.

Rescatar la memoria.

20/12/16

Claudio Lepratti.Un militante que murió por los chicos.

Claudio Lepratti fue seminarista, hizo votos de pobreza, se definía como un cristiano revolucionario y trabajaba humildemente como ayudante de cocina en una escuela de una barriada rosarina.
 El 19 de diciembre se subió al techo para frenar a los policías que abrieron fuego contra el comedor lleno de chicos.
 Una bala de plomo le destrozó la tráquea y lo mató.

“¡Hijos de puta, no tiren que hay pibes comiendo!” Fueron las últimas palabras que gritó Claudio “Pocho” Lepratti el miércoles 19 de diciembre de 2001, subido a la terraza de la escuela Mariano Serrano en el barrio Las Flores de Rosario, donde era ayudante de cocina.
 Intentó parar la represión, pero una bala de plomo le atravesó la tráquea y lo mató. Fue una de las siete víctimas rosarinas de la represión que sofocó la rebelión popular que terminó con el gobierno de la Alianza.

“Pocho vive - la lucha sigue”, dicen las paredes en Rosario. La página web que armaron sus amigos se llama pochormiga “porque era como una hormiga muy especial, exploradora pero a la vez obrera”.
 Allí se puede leer la misma consigna pero completa. “No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos.”
 “Era un personaje atípico, muy callado, un militante barrial de muy bajo perfil. Tenía una formación sólida, pasó cinco años como seminarista e hizo votos de pobreza. Vivía en medio de la villa”.

Pocho Lepratti tenía 35 años, era el mayor de seis hermanos. Había nacido en Concepción del Uruguay, pero decidió vivir en el barrio Ludueña donde coordinaba talleres para niños y daba clases de teología en la escuela del padre Edgardo Montaldo.
 “La figura de Pocho es la de aquel que se entregó a la causa de los demás, se entregó a los adolescentes de Ludueña y les dictó catequesis, los convocó a campamentos, les enseñó a tocar la guitarra, los instó a estudiar, a ser solidarios, a vivir con dignidad a pesar de la pobreza, a no bajar nunca los brazos”, describió Montaldo.
 También trabajaba en grupos de jóvenes que había formado, como La Vagancia. “Siempre nos decía que pase lo que pase sigamos adelante, que si terminamos la primaria empecemos la secundaria, que nada nos pare. Y nosotros vamos a seguir”, afirmó Milton, miembro de ese grupo. 

El padre Montaldo  precisó que Lepratti, luego de abandonar el seminario salesiano de Funes en 1991, se quedó a vivir en un humilde barrio de Ludueña y se acercó a colaborar en la tarea de contención social de los adolescentes del barrio, al tiempo que militaba gremialmente en la Cocina Centralizada, donde fue delegado y participó de la histórica carpa como uno de los tantos despedidos por su actividad sindical.
 “En un momento en que la mayoría de los chicos que andan desorientados y desocupados se juntan alrededor del gran negocio de la droga y la delincuencia, muchos de ellos se nuclearon alrededor de sus sueños e inquietudes”, agregó el sacerdote.

Recorría en bicicleta el trayecto desde Ludueña hasta Las Flores por la avenida de Circunvalación. Una vez le preguntaron por qué no se compraba un auto o una moto.
 “No quieras cambiarme la política”, respondió.
 Se autodefinía como un “cristiano revolucionario”. 
Hablaba poco pero cuando lo hacía era preciso.
 “El trabajo nos hace ascender como personas,mientras que su falta nos incita a la violencia, a la droga, a la delincuencia”, expresó en una oportunidad.
 El grupo La Vagancia elaboró una publicación barrial llamada El Ángel de Lata, que en su primera editorial proclamaba ser “los que denunciamos la explotación de los padres y de los chicos, los que acusamos a los señores dueños de todo, hasta de la tierra que en un tiempo fue de todos”.
Fue otro asesinato

“Quizá lo mandaron a matar porque molestaba el trabajo que hacía, sacaba a los chicos de la droga y de la calle, los hizo estudiar o hacer deportes. No sé, eso se comenta”, especula Orlando Lepratti. 

“Nosotros siempre ponemos los muertos, pero nunca nos matan del todo”, se escuchó decir  en el velatorio de Pocho.
 Y su amigo Martínez escribió para despedirlo que “ahora andará por el Cielo organizando mateadas y guisos con los pibes que no llegaron a conocerlo porque ‘se murieron’ antes a causa del gatillo fácil, el hambre, enfermedades curables, ‘suicidios carcelarios’, bolsitas y submarinos, y otros tantos accidentes del capitalismo”.

Adriana Meyer.

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