Rescatar la memoria.

Rescatar la memoria.

19/5/16

"Xenofobia. " - José Pablo Feinmann -

"Hoy, como siempre, en la Argentina es muy fácil sentirse alguien, sentir que uno es algo más que un pelafustán asustado que vive en un país que es de otros.
 Basta con hablar pestes de los “bolitas” o de los “paraguas” para sentir que uno es dueño de la patria, ya que nos la vienen a robar.
 Sartre, en :  Reflexiones sobre la cuestión judía, afirmaba que cuando el antisemita dice que el judío “le roba Francia” siente que Francia es suya, que le pertenece.
 No hay modo más directo y simple para el antisemita francés que decir que el judío le está robando el país para, de inmediato, sentirse dueño de ese país, dueño de Francia, para sentirse encarnación de la patria, casi un símbolo de pureza y de poder. Pobre tipo.
 Pobres, también, todos los tipos que hoy, aquí, en la Argentina, andan cacareando contra los extranjeros. Sienten, de pronto, algo que hace mucho no sentían: que tienen una patria, un país que les pertenece. Que tienen un ser. Que valen algo. Que valen, al menos, más que los inmigrantes. Que son argentinos y que la Argentina es de ellos, ya que son los otros quienes se la vienen a robar.
Qué fácil les resulta reinventar la patria, reencontrarse con el orgullo, con cierto linaje.
 Qué fácil les resulta no sentir que son poco, infinitamente poco, sólo un número de una estadística que no conocen, que manejan otros.
 De pronto, son, otra vez, como en el Mundial, como en Malvinas, ¡argentinos! La patria los convoca. Nos están invadiendo. De todos los rincones de la América oscura y pobre vienen a quitarnos lo nuestro. Son ellos: son esos mestizos zarrapastrosos, ajados, descosidos, que se acumulan en nuestras oficinas de migración, o que abultan las villas miseria. Están llenos de codicia y de furia delictiva. Porque a alguna de esas dos cosas es que vienen: o a robarnos nuestros trabajos o a robarnos nuestro dinero.
 Si trabajan, le están quitando ese lugar a un compatriota (a uno de los nuestros) que lo necesita. Si roban, si delinquen, nos están agrediendo. Que nos asalte un compatriota vaya y pase; es, al cabo, una contingencia nacional, una cuestión de la patria que ya solucionaremos entre todos. Pero que nos asalte un extranjero es intolerable. ¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve a agredir a uno de los nuestros, a uno de los dueños de la patria, a un argentino? Duro con él.
La xenofobia surge de creer que la patria nos pertenece sólo a nosotros y que el otro (el extranjero que quiere integrarse a ella) será siempre un sospechoso. Simplemente porque no nació aquí. Lleva la condena eterna en la sangre y en el alma: jamás será un argentino, jamás podrá amar la patria como nosotros la amamos. De aquí, en consecuencia, que será el primero en agredirla. En agredirnos. La xenofobia es una actitud humana cruel y abyecta. Siempre habrá xenófobos, es una de las más bajas pasiones de la condición humana. En la abundancia dirán que vienen a “disfrutar de lo nuestro”. En la escasez dirán que vienen a robárnoslo.
Hoy, entonces, pasado, por el momento, el vendaval del campo (que huele distinto del de la villa y la delincuencia) ha retornado el tema de la seguridad. Se lo deposita en el Otro inmigratorio. Pero también en el Otro nacional villero, porque la villa es el espacio de la delincuencia, el lugar desde el que se sale para sorprender a los ciudadanos honestos. Es así: así en todas partes.
 La derecha reacciona como sabe, como siempre lo hace: no da trabajo, reprime.
 La única arma contra la inseguridad es el trabajo, el salario digno.
 Pero el neoliberalismo, por su propia dinámica, crea una sociedad de ricos muy ricos y de pobres muy pobres. Los primeros piden al Estado que los proteja de los segundos, reprimiéndolos.
 En sociedades donde no hay trabajo para todos nunca habrá seguridad. Esto se sabe, pero no se puede hacer. Salvo que cambien el sistema. Algo que aún menos se puede hacer porque nadie querrá hacerlo.
 Seguirá todo así, en la virtualidad de la explosión social, de la invasión de los nuevos bárbaros, de la ira y del fuego.
 ¿Cuántos autos quemará la próxima invasión musulmana a París?
 Hitler ordenó incendiar esa bella ciudad. 
Hay una película muy célebre con ese nombre, basado en una pregunta que el mismísimo Führer habría hecho: ¿Arde París?. No ardió.
 Un sensible general alemán desobedeció la orden. Pero, ¿arderá París?"
 Por José Pablo Feinmann.

José Pablo Feinmann es Licenciado en Filosofía, docente universitario, escritor, ensayista, guionista argentino.

 Sus libros han sido traducidos al francés, alemán, holandés e italiano.

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