Rescatar la memoria.

Rescatar la memoria.

13/5/15

Rostros de la esclavitud infantil.

"   La vida de un niño es como un trozo de papel
 sobre el cual todo el que pasa deja una señal.
 Sobre los cuerpos de los niños trabajadores 
no se dejan mensajes de amor
 sino heridas profundas que los mutilan 
para el resto de sus vidas."
 Proverbio chino.

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De cada dos niños pobres, uno trabaja como un esclavo a cambio de la comida o poco más: vende chucherías en las calles, es la mano de obra gratuita de los talleres, las cantinas familiares y el campo. Así mismo se encuentra en la servidumbre por deudas, en las maquilas, en el servicio doméstico y en la economía sumergida.
 Los niños son la mano de obra más barata de las industrias de exportación que fabrican los productos de consumo para las grandes tiendas del mundo: pesticidas (Baygon), cosméticos (Christian Dior), ropa, calzado (Nike, Reebock) o juguetes. 
La mayor parte de los pedidos de muñecas en Hong Kong proviene de EEUU; cuando se acerca la Navidad, la dirección de la fábrica de Kader obliga a hacer turnos de 24 horas con dos breves pausas para la comida. Según uno de los dirigentes, si se gestionasen las cosas de otro modo, “cerraríamos la fábrica y la transferiríamos a Tailandia o a las Filipinas”. De hecho, los juguetes de Mattel, Lego o Chicco provienen en un 80% de China, Indonesia y Tailandia. Y en Haití, los trabajadores cosen para Walt Disney a 20 peniques la hora.
     ¿Y el otro niño?. De cada dos niños pobres, uno sobra. El mercado no lo necesita: serían los millones de niños de la calle en el mundo, los “meninnos da rua”, los “gamines”, los “polillas”, los “canillitas”, sujetos a la violencia, a la prostitución, al alcohol o a otras drogas.
 Los niños pobres son los que más ferozmente sufren la contradicción entre nuestra cultura que manda consumir y una realidad que lo prohibe. El hambre los obliga a robar, a prostitutirse o a trabajar como esclavos, pero también la sociedad de consumo los insulta ofreciéndoles lo que les niega.
     Este sistema, que fomenta el individualismo y la competitividad, es el culpable; un sistema que considera al trabajador sólo como un coste a rebajar para permitir así el enriquecimiento de la empresa, en el que la ley del beneficio es erigida en ley divina: al pie de su altar se ofrecen los sacrificios de los niños y de la dignidad humana. 

 Hay personas para las que el trabajo de los niños es bueno porque les ayuda a ganar algo para salir al menos de la calle. Naturalmente estas personas lo consideran bueno para los hijos de los demás.
 Para los propios, sostienen que los pequeños deben ir a la escuela y vivir en un ambiente estimulante.
   

¿Qué se puede hacer?

    La actitud más peligrosa es el pesimismo. No digamos que no se puede hacer nada porque es demasiado grande el problema.
 Sobre los sentimientos de impotencia, los grandes construyen sus imperios. Cuando la gente ha querido, a través de la historia, ha demolido las estructuras más poderosas, con una lucha perseverante y tenaz.
     Se trata de acabar con la pobreza, modificando sus causas, cambiando profundamente la organización económica y las relaciones económicas internacionales. 
Nuestra prosperidad es la consecuencia de un sistema de lactrocinio y explotación. 
Utilizar el boicot, cuando en Europa se consume  el 4% del trabajo de niños esclavos, es una acción pero aún no es suficiente.
 Hay  que decir no al sistema con un cambio radical de nuestro estilo de vida.
 No se puede vivir en la esquizofrenia de ser solidarios los días pares y competitivos los impares.
 Consumir menos,  aprender a ser más pobre, a contentarse con tener menos ...¡para ser más! (P. Alex Zanotelli, desde las chabolas de Korocho).

 Si algunos son pobres es porque otros han acumulado o heredado de más y ese de más es propiedad robada hasta que no sea compartido con los pobres.
   
Luisa Montero  y Salomé Ballesteros

"   La mayor parte de lujos y muchas de las llamadas comodidades de la vida, lejos de ser indispensables, son verdaderos obstáculos para la emancipación de la humanidad. "

H.D. Thoreau.

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