La paradoja consiste en que los escritores o poetas que no han sufrido el Mal en carne propia –el Mal no es sólo el dolor que causa, sino todo lo que produce ese dolor, la pérdida, el mundo que vivimos, etcétera– pueden describir el Mal tan profundamente como Emily Bronte.
En cambio, quienes lo han sufrido en carne propia como Primo Levi, no logran decirlo en toda su magnitud porque los espesores y las dimensiones son muy diferentes y el horror del Mal no deja encontrar la palabra necesaria para decirlo. Es enloquecedor, arrastra vacíos donde yacen palabras que nunca asomarán porque no alcanzan.
La reconfiguración del poder o globalización, como la llaman, necesita que seamos dóciles, impasibles ante las formas con que nos recortan el espíritu, obedientes al desastre, carne de autoritarismos.
Juan Gelman
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