De pibes la llamamos la vereda
y a ella le gustó que la quisiéramos.
En su lomo sufrido dibujamos
tantas rayuelas.
Después, ya más compadres, taconeando,
dimos vuelta la manzana con la barra,
silbando fuerte para que la rubia
del almacén saliera a la ventana.
A mi tocó un día irme muy lejos
pero no me olvidé de las veredas.
Aquí o allá las siento en los tamangos
cómo la fiel caricia de mi tierra.
Julio Cortázar
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