Estalló la Guerra Civil, en 1936, y la violencia de esa patria lo dejó helado en la mitad de una plaza, desamparado, con una lluvia de sangre y ruina que le susurraba bajito al oído: “La puerta mística de los caballeros del milagro, de los grandes aventureros de la luz, de los divinos cruzados de la luz, de los poetas suicidas, de los enloquecidos y los santos que se escapan en el viento en busca de Dios para decirle que ya estamos cansados todos, terriblemente cansados de la noria y del reloj, del hipo violáceo del tirano”. En 1938, la violencia lo mandó al exilio, de nuevo, en México; en esta ocasión, como agregado cultural. Su patria nunca lo vería retornar.
Durante esa vida que reanudó en América, vio cumplido el sueño de ingresar a la academia norteamericana; se vinculó a la vida intelectual de aquellos años y conoció a grandes escritores del México revolucionario. Durante su paso por Estados Unidos, conoció a Bertha Gamboa, una talentosa docente y traductora mexicana que residía en Brooklyn y quien fue la responsable de abrir nuevos panoramas literarios para el poeta. Impartiendo clases en la Universidad de Cornell, León Felipe conoció a Walt Whitman, mediante su literatura. Una especie de gran amor, de gran maestro, Whitman abrió para siempre las puertas de la percepción en Felipe. El poeta español, cauto y leal, respondió al gran amor que Whitman había legado en su poesía y se dedicó a traducirlo.
León Felipe murió en México añorando una España sin Franco.
León Felipe, el poeta loco, nostálgico, aprehendido en su pena y en la añoranza de la libertad. El poeta enamorado de la melancolía que sólo pudo retornar a España en forma de poema. “-Yo no soy nadie. ¡Dejadme dormir! Pero un día me arrojaron al abismo, las aguas amargas me rodearon hasta el alma, la ova se enredó en mi cabeza, llegué hasta las raíces de los montes, la tierra echó sobre mí sus cerraduras para siempre... (¿Para siempre?) Quiero decir que he estado en el infierno... De allí traigo ahora mi palabra y no canto la destrucción”.
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