El protagonista de estos días es alzado en brazos por la multitud.
El “guerrero del pueblo brasileño”, les habla en ese mismo tono suave y a la vez aguerrido que lo ha caracterizado siempre.
Les dice: “ - Cuando yo pare de soñar, soñaré en la cabeza de ustedes.
No basta con que ellos me detengan.
Yo soy una idea.
La muerte de un combatiente no para la revolución".
La multitud ovaciona a ese hombre que saben que en algún momento- antes de ser presidente- ha sido como son ellos.
Un obrero, un trabajador, una víctima de los sistemas de “seguridad social” que el sistema inventa para desproteger más a quienes viven la cotidiana inseguridad del hambre, de la opresión, de la lógica injusta de la cuenta de los incontados.
El hijo del pueblo que cuenta entre sus epopeyas el haber sacado a más de 40 millones de personas de la pobreza, es hijo de un tiempo de sueños de revoluciones inconclusas heredadas de una noble estirpe. Porque nuestro héroe es también hijo de una guerrera.
Doña Eurídice Ferreira de Mello, conocida como Doña Lindu, casada con Arístides Ignacio Da Silva, tuvo 7 hijos (Lula fue el séptimo, nacido el 6 de octubre de 1945, aunque fue anotado en el registro civil de Pernambuco, recién el 27 de octubre de 1945).
A las dos semanas de vida de Lula, Arístides decidió emprender un cambio de horizontes y probar suerte como estibador, viajando con la prima de Doña Lindu Valdormira Ferreira de Góis, a Santos.
Cuando Lula tenía 7 años, Doña Lindu decidió emprender un viaje a San Pablo para recuperar a su marido. Viajó hacia el litoral en un transporte conocido en el noroeste de Brasil como “Míster”: un camión que transporta ilegalmente personas.
Trece fueron los días que demoraron, el viaje hasta llegar a Guarujá y la terrible noticia: Arístides había conformado una nueva familia con su prima.
Durante cuatro años intentó convivir con la nueva familia que su esposo había conformado. Las discusiones eran algo casi cotidiano y Arístides se había tornado violento pero, con 7 niños, necesitaba encontrar el valor para abandonar nuevamente el hogar.
Finalmente, decidió dejar definitivamente a su esposo -en una época donde la moral y las buenas costumbres no contemplaban la idea de una mujer decente que, sin haber enviudado, criase a sus hijos sin un marido- y se llevó a vivir a sus hijos a la Villa Carioca del barrio de San Pablo, en una habitación pequeña detrás de un bar.
Moraron en distintas favelas y Lindu se encargó de que todos sus hijos aprendieran a leer y escribir, no quería que corrieran su suerte y fueran analfabetos como ella.
También, se encargó de que nunca les faltara de comer.
Cuentan que buscaba, en tiempos difíciles, los restos de granos que sobraban de los cargamentos de sacos en el puerto, para alimentar a sus hijos.
También que ha discutido algunas ocasiones, con profesores de la escuela que hacían uso del prejuicio y la agresión como herramienta pedagógica, en la defensa de sus niños.
El ejemplo de su madre al abandonar a su padre, marcó a Lula para siempre y se reflejó en políticas como la Secretaría de Políticas para las Mujeres (SPM - 2003), organismo para la eliminación de las desigualdades de género y la sanción de la Lei Maria da Penha (Lei 11.340/2006), demanda histórica de los movimientos feministas en Brasil, que legisla los derechos de defensa de víctimas de violencia familiar y doméstica.
"Si existieron dos personas absolutamente fundamentales para que yo pudiera convertirme en el metalúrgico, el dirigente sindical y el presidente de la República que fui, esas dos personas fueron Doña Lindu, mi madre, y Marisa, madre de mis hijos. Dos mujeres de lucha que tenían en común la garra y la fortaleza”; reconoció el hombre de estos días, en la inauguración del Parque que, en 2008 siendo presidente, nombró “Doña Lindu”.
Después de la separación, Lula casi no volvió a ver a su padre.
Lindu, fallecida en 1980, continúa en su cabeza cada día,
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