En el macrismo se inicia el “Pro”, buceando en los detritus más reactivos del país, en el punto de una restauración de la derecha en su fondo y forma, pero omitiendo ese nombre y carnavalizando todo nombre posible, al punto que uno de sus reconocidos asesores dice la frase rocambolesca: - "¡Si Mauricio es de izquierda! ¿No saluda a todos los empleados de la Casa Rosada al entrar?”
En el macrismo no hay “historia” pues es una articulación de un “elemento flotante”, con diversas fracciones del típico acomodacionismo argentino (de las derechas tradicionales, las tecnocracias empresariales, los publicistas del “reordenamiento social luego del gobierno de los ineptos”, los agentes de organizaciones internacionales de control, etc.).
El elemento “vacío” –como si hubieran leído a Laclau pero con simbologías interpretativas de derecha o “negacionistas”– no es que no exista. Hay que buscarlo en la espesura de la historia de la familia Macri, que dos generaciones atrás, hacia el crucial año de 1945 en Italia, participaba de la emergencia de un partido de posguerra, que no es desacertado vincular a los restos de fascismo: el Fronte dell’uomo qualunque.
El síntoma “vacío” de la formación macrista es ese cualunquismo. Lo fue como presidente de Boca, lo es como Presidente del país, lo es cuando habla con Cameron o Pollack, con el sigiloso acatamiento de su imperfecta idiomática, con esa amable despectividad que tiene, sus livianas desmentidas cada vez que el ultrismo surge desembozadamente, con el “no-me-importismo” de su aire entre irritado y casual.
Llama pluralismo a la más nueva y problemática versión de la “unidad nacional”, esta vez con el desequilibrio rampante de probarse como “pluralista” una vez desmalezado el terreno y asentada la difusa autoridad del miedo.
Horacio González.
Fuente : Página 12
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