"Si salvo un día la vida,
mi casa no tendrá llaves,
siempre abierta como el mar,
la noche y el aire…"
Marcos Ana
El 20 de noviembre se cumplen cuatro décadas de la muerte del dictador Francisco Franco. Por este motivo, cuartopoder.es entrevista al escritor, poeta, activista por los derechos humanos y militante comunista Marcos Ana (Alconada, Salamanca, 1920).
Su verdadero nombre es Fernando Macarro Castillo, pero utiliza el nombre de su padre, Marcos, y el de su madre, Ana, para firmar sus textos y en su actividad política.
Marcos Ana fue el preso político que más años estuvo en la cárcel durante el franquismo, un total de 23 años, desde marzo del año 1939 hasta noviembre del 1961. Tras su liberación, el Partido Comunista de España (PCE) clandestino le sacó de España, y lo llevó a Francia, desde donde iniciaría un enorme recorrido por todo el mundo dando voz a la situación de los presos políticos españoles y reclamando la amnistía.
A pesar del sufrimiento al que se enfrentó durante tantos años, prefiere ver la vida desde un punto de vista alegre.
A sus 95 años prefiere recordar lo positivo, analizar con sosiego la realidad, no levanta la voz ni acude al revanchismo en ningún momento. Lamenta que el PCE no fuera capaz de tener más fuerza en la Guerra Civil, durante el franquismo para derrotarlo y durante la Transición. Sin embargo, es su partido y por él ha luchado toda la vida.
Para él, el comunismo es el sentido de su vida, para él el comunismo es la solidaridad entre las personas y los pueblos, algo que se manifiesta en el día a día, en el trato hacia el resto. Termina la entrevista y nos considera sus amigos. Dice que los humanos son sus amigos. En 2009 el Gobierno de España le otorgó la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo y en 2011 la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Antes, en 2010, recibió del Gobierno Vasco el Premio René Cassin de Derechos Humanos.
— Después de tantos años, ¿cómo recuerda cuando le apresaron en Alicante?
— Fue en el año 1939, cuando se daba la guerra por perdida, pese a que deberíamos haber seguido combatiendo hasta que empezara la II Guerra Mundial y España se convirtiera en una plaza estratégica de los aliados. Pero hubo un capitulador, el general Casado, que mandaba en el ejército del centro y fue a Burgos a negociar con los franquistas. Yo marché a Alicante porque nos prometieron barcos para sacarnos de España a los más comprometidos y yo me fui para allá. Allí estábamos más de 20.000 personas pero no llegaron los barcos prometidos, llegaron los barcos franquistas y una división de italianos. Estuvimos cercados en el puerto. De ahí me llevaron al campo de concentración de Albatera y comenzó mi odisea carcelaria de 23 años. También estuve en la cárcel de Porlier de Madrid, que no era la peor cárcel porque era un colegio habilitado. En Porlier no estabas solo en una celda, estabas con 300 ó 400 presos en salas donde eras visible para los demás y los demás para ti. Estabas acompañado, y más seguro. Luego estuve en Ocaña, ahí sí que estaba en una celda en la que tocaba las dos paredes cuando abría los brazos. Luego, en Burgos, pero Ocaña fue lo peor. Fueron 23 años de prisión por ser comunista, y estuve dos veces condenado a muerte. La primera por mi actividad en la Guerra Civil y la segunda porque descubrieron una organización ilegal en la cárcel y me llevaron a un Consejo de Guerra.
— Muchos años, muchas personas… ¿Recuerda a alguien especialmente que conociera en prisión?
— No me puedo olvidar de los presos en general, eran mis hermanos. Luego hubo personas… Recuerdo a Blas de Otero, que estuvo conmigo en la cárcel… Éramos 7.000 u 8.000 personas, imagínate. Lo más importante es que nos ayudábamos los unos a los otros, nos enseñábamos los unos a los otros.
— ¿Cómo era la organización del PCE en las cárceles franquistas?
“Para mi, lo más duro fue la adaptación a la libertad, después de veintitrés años en la cárcel” |
— Nos organizábamos con muchas dificultades, pero lo hacíamos. Vivir organizados era media vida para nosotros, necesitábamos sentir el compañerismo, la fraternidad… Eso era lo que nos permitía seguir viviendo. Hicimos clases de formación política, de idiomas… Hicimos de las cárceles franquistas una universidad política. Había presos comunes, chicos que tenían que robar algo para poder comer en aquellos tiempos y por eso les metían en prisión, y nosotros les enseñábamos y encontrábamos la satisfacción de que aquellos chicos salieran de la cárcel sabiendo leer, escribir y con conciencia política. Eran unos vivales, pero salían de la cárcel formados. Nosotros también nos formamos mucho mejor. Eso hizo que no fuera tan tremendo aquel periodo, a pesar de estar entre muros. Recuerdo que Alberti y María Teresa León me pedían que les contara algo de nuestra vida en prisión. En un tubo de pasta, que lo abrías por la parte de atrás, metías el papel liado como un cigarrillo y luego lo cerrabas, enviábamos las cartas, los mensajes. Por ahí les contaba mi vida a los que estaban fuera. A Alberti y León les dije que mi vida se podía contar con muy pocas palabras: “Un patio y un trocito de cielo por el que a veces pasan una nube perdida y un pájaro huyendo de sus alas”. Los pájaros nunca se detenían allí, seguían volando. Para mí, lo más duro fue la adaptación a la libertad, después de 23 años en la cárcel.
— ¿Cómo fue aquel periodo de adaptación al exterior?
— Cuando salí en libertad fueron los peores momentos.
Yo casi no podía salir de casa porque me mareaba por completo. Yo quería salir al campo, era lo que más deseaba, pero me mareaba hasta el vómito. El médico me dijo que el nervio óptico se había adaptado a las distancias cortas y verticales y que por eso cuando salía a espacios abiertos, al campo, me mareaba. Era como si me pusiera unas gafas que no fuesen mías. Fue un proceso muy complicado, la adaptación fue muy difícil. También el proceso de adaptación con las mujeres. Ése fue otro problema para mí, hermoso, pero lleno de inseguridades. Yo era como un niño que tenía que aprenderlo todo, a pesar de que era un hombre por edad.
—¿Cómo fue ese proceso de adaptación con las mujeres que cuenta en su libro de memorias “Decidme cómo es un árbol”?
—Yo había llegado a la cárcel virgen y mártir, tenía sólo 19 años cuando me encerraron. Cuando salí de la cárcel, seguía siendo virgen. Un amigo mío, era hijo del patrón para el que había trabajado, me llevó con unas prostitutas. Yo estaba muy excitado al ver a esas mujeres. Me presentaron a una de ellas, se llamaba Isabel, y estuve dando un paseo con ella, pero estaba muy nervioso, temblando. Fuimos a cenar, le conté mi vida y luego al hotel. Cuando estaba con ella en la cama tenía tanto miedo que no era capaz de hacer nada, aquello no funcionaba. Ella tuvo mucha humanidad conmigo, mucha comprensión. Me dijo que durmiera, que tenía que descansar, ella se durmió. En cuanto ella se durmió yo volví a estar empalmado y me acerqué a ella, ella enseguida me besó, pero aquello volvió a no funcionar. Me dijo que descansara, ella durmió y yo no pude dormir en toda la noche. Tenía muchas inseguridades, nervios, vergüenza… Al día siguiente fui a verla, y estuvimos viéndonos una temporada, hasta que me fui de España. Con ella dejé de ser virgen, ella fue mi primer amor, Isabel.
— Y al salir de la cárcel… ¿Qué país se encontró, cómo era España?
— Salí en 1961 por la presión internacional. Entonces empezaba Amnistía Internacional y Franco decretó que aquellos que llevábamos más de 20 años fuéramos puestos en libertad. Estuve poquísimo en España. Por cualquier cosa te detenían. Era un país triste, sin libertad. Tenía que llevar una vida muy cuidadosa. Me metía en un cine con el enlace de París que traía materiales del PCE, también me decía cómo iba a ser mi salida del país. Un día vino un matrimonio a sacarme del país. Me metieron en un coche y me llevaron hasta Irún. En Irún tenían pasaportes falsos franceses. Tenía que aprender francés para cruzar la frontera y yo era incapaz. La mujer me puso un pañuelo por la garganta y en la frontera dio los tres pasaportes y se refirió a mí, dijo que era su marido y que estaba enfermo. Cuando entramos a Francia, en el primer pueblo que encontré me dirigí a España, a la resistencia, por radio. Hasta el año 1976 no volví a España. Estuve viajando por América Latina, Europa, contando la historia de los presos políticos españoles, luchando por la amnistía.
— ¿Cómo recuerda la muerte de Franco de la que ahora se cumplen 40 años?
— Estaba en Francia. Recuerdo que nos reunimos un grupo de camaradas y estuvimos hablando del futuro, del partido, de qué debíamos hacer. La gente estaba feliz, brindaba y cantaba canciones. Yo me negué a brindar, Franco había muerto en el poder. No habíamos sido capaces de acabar con el régimen hasta que el dictador murió.
— ¿Cómo valora la Transición?
— Fue un engaño. Fue la legitimización de lo anterior. Fue un aval del franquismo.
No se rompió con nada, no se cambió nada.
Fue una estafa la Transición, quizás porque no tuvimos fuerza para conseguir otra cosa.
Ahí no se cambió nada.
— Pero, ¿eran conscientes de ello en aquellos momentos?
— No tanto. Nos parecía que se podía hablar, teníamos nuestras ilusiones… Enseguida nos dimos cuenta de que no era eso. Pronto volví a Madrid para estar en la lucha, pero no lo conseguimos.
— ¿Cuándo dejará de estar en deuda el Estado español con las víctimas y familiares del franquismo?
— Creo que no se va a cancelar nunca esa deuda. No ha habido ningún reconocimiento al dolor de nuestras familias y de nosotros mismos. La Transición pasó página y nada más. No se puede pasar una página sin haberla leído. Haberla leído es haberla sufrido, con sus dificultades y torturas. Todo en la vida es un problema de fuerza, no teníamos ni la capacidad ni la organización necesaria en el PCE para cambiar las cosas. No ha habido ni una reparación, ya no económica, sino de verdadera palabra. Nosotros no hemos luchado con acierto en este sentido…
— ¿Cómo ve actualmente al PCE?
— No tan bien como quisiera verle. Pero está ahí, sigue manteniendo en alto la lucha. Muchas veces creo que no hay la actitud suficiente… Siempre he creído que tenemos que ser visibles, no hay que vivir en las catacumbas, con las reuniones en casa de alguien, en la sede… Yo siempre he vivido aquí, un barrio pequeño burgués, y siempre he hecho vida de un comunista, toda la vida he vivido como un comunista, nunca me he ocultado. Gente menos politizada me dice que si el resto fuera como yo estarían de acuerdo con el comunismo. Yo les digo que la mayoría son mejores que yo, pero que no los conocen. Muchas veces hay demasiado partido, pero no somos visibles en la calle, en el barrio, en la fábrica, en la universidad… Nos hacemos clandestinos. Sólo se habla del partido en el partido, no nos hacemos visibles. La gente nos tiene que ver, tiene que ver nuestro ejemplo, somos personas entregadas, solidarias …
— ¿Cómo ve a la izquierda de cara a las siguientes elecciones?— Una cosa muy fuerte. El comunismo es una sociedad donde el sol sale y calienta para todos. Otra cosa son los comunistas, algunos lo hacen mejor que otros, a veces las organizaciones de partido son estrechas y no se abren. Ya llevamos mucho tiempo en democracia, será una democracia burguesa pero hay que salir más a la calle, a explicarnos. Hay demasiada reunión de partido y poca visibilidad. Hay gente que sólo es comunista en las reuniones de los grupos del partido, esa hora o dos horas a la semana, y el resto de la semana parece que se olvida. Yo soy comunista todo el día, la gente que me conoce conoce mis valores, los valores del comunismo. A mí me vienen muchos jóvenes que vienen a casa, es su casa.
Fuente : cuartopoder.es
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