Ella se ha salido de su lugar y eso ofende.
Que Rigoberta fuera india y mujer, vaya y pase, y allá ella con su doble desgracia.
Pero esta mujer india resultó rebelde, imperdonable insolencia, y para colmo cometió luego la barbaridad de convertirse en uno de los símbolos universales de la dignidad humana.
A los poderosos de Guatemala y del mundo, este desafío no les gusta ni un poquito.
El tiempo y ella
Rigoberta viene de una familia aniquilada, de una aldea arrasada, de una memoria quemada. Ella ha pasado los primeros veinte años de su vida cerrando los ojos de los muertos que le han abierto los ojos. El escritor vasco Bernardo Atxaga le preguntó:
--¿Cómo puedes ser tan jodidamente alegre?
--El tiempo --respondió--. Desde chiquitos, nos educan para entender el tiempo como tiempo que no termina nunca, aunque el tránsito por el mundo sea muy corto.
Está escrito en uno de los libros sagrados:
--¿Qué es una persona en el camino? Tiempo.
Rigoberta es hija del tiempo. Como todos los mayas, ha sido tejida por los hilos del tiempo. Y ella suele decir:
--El tiempo teje despacio.
A la larga, lentamente, el tiempo decidirá qué es lo que vale la pena recordar de todo esto. El paso de los días y de los años irá separando la paja del grano. Quizás el tiempo olvide que Rigoberta Menchú recibió un Premio Nobel, pero seguramente el tiempo no olvidará que ella recibe, cada día, en las sierras indígenas de Guatemala y en tantos otros lugares, un premio mucho más importante que todos los nobeles: el amor de los indignados y el odio de los indignos.
Quienes apedrean a Rigoberta, ignoran que la están elogiando.
Al fin y al cabo, como bien dice el viejo proverbio, son los árboles que dan frutos los que reciben las pedradas.
Eduardo Galeano.
"Son los árboles que dan frutos los que reciben las pedradas."
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