"Es con momentos como éste que se construye la mejor historia de los pueblos."
Aliverti
Quizá pueda decirse que es unánime definir la noticia como la más conmovedora de los últimos tiempos.
A partir de ese unísono, la acepción del adjetivo se divide. Las lágrimas que dejamos correr los más politizados son porque detrás de la emoción a secas hay un triunfo político inmenso. Es por el símbolo, nada más. Nada menos.
Las grandes victorias pueden ser apreciadas como tales desde la influencia de su capital simbólico. Hay 113 nietos recuperados antes que Guido, y tanto ellos como los que faltan deben estimarse con la misma consideración. Es la propia Estela quien siempre advirtió que las Abuelas son todas. Jamás alguna en especial. Los nietos también son todos, porque lo esencial es la recuperación de su identidad. Las reacciones individuales de los 114; las que vayan a tener los que resta recobrar; saber que estuvieron en manos de apropiadores o de familias que los cobijaron de buena fe; el cómo desarrollan su vida luego de semejante revolución anímica son aspectos que no alteran en absoluto la cuestión central.
Pero es inevitable –y está bien– que el caso de Guido Montoya Carlotto despierte una sensación particularísima. Porque es Estela, que quiere decir la cara más visibilizada de una épica tal vez incomparable. Porque el flaco, siendo justamente el nieto del emblema mayor, aparece al cabo de la noticia con una sencillez transparente que se banca no haber podido evitar, siquiera, un acoso mediático instantáneo, producto de que se filtró su nombre al mismo tiempo que el anuncio. Porque entonces se registran sus aportes, como músico, a la búsqueda incansable de justicia; a la causa de Madres y Abuelas, incluyendo la canción que dedicó a la Memoria.
Porque no es como que el flaco hubiera sabido, sino que sabía de una verdad política a la que valía la pena sumarse. Claudia Carlotto, hija de Estela y titular de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, reveló que Guido tuvo un primer dato recién en junio pasado, cuando alguien se acercó a su mujer y le preguntó: “¿Sabe Ignacio que no es hijo de la gente que lo tiene?”. Fue dos días después de éso que Guido se presentó en Abuelas.
La persona que fue a hacer esa pregunta es un producido de la generación de conciencia social, aún cuando se especulase que simplemente pudo ser asunto de inquinas o chusma pueblerinas. Detrás de quien haya preguntado eso así fuere mucho más tarde que temprano, o de cualquier otra probabilidad que haya llevado al nieto a comprobar su identidad genética, hay décadas de no cansarse nunca por parte de los imprescindibles.
No cansarse de esclarecer sobre la cacería desatada por los patrones , sobre su necesidad de aterrorizar y masacrar, sobre sus robos a mansalva con bebés incluidos.
No cansarse de decirlo en, con y cuanto medio hubiere; en cada conferencia y en cada rinconcito; en toda plaza y en cualquier circunstancia; con los pañuelos blancos o sin ellos; en circulaciones masivas o marginales; con todo en contra o con algo a favor.
En primaveras o en inviernos progres, los que no se cansaron son el motivo básico de quien fue a preguntar si Ignacio sabía que no era hijo de la gente que lo tuvo. Son el impulso de los que recuperaron su identidad. Y de quienes habrán de hacerlo.
Por eso, las lágrimas son de una por lo que significa Estela. Pero que quede bien claro que es una emoción de profundidad política. Que no nos vengan con otro cuento. De aquí en más se vulnera una regla periodística y algunos conceptos van directamente en la primera del singular: si es por los medios, sobre todo, yo vi emocionada, en serio, a esa gente que no se cansó. Vi quebrados de emoción verdadera a los que nunca quebraron su palabra; a los que la dan desde una trayectoria ideológica intachable. A los que nunca se vendieron. Los vi y los leí auténticamente estremecidos, sin por eso perder rigor profesional. Al resto, lo vi explicar.
Y está la gente que no hace estas disquisiciones elaboradas bien o mal. Esa gente que sencillamente se conmueve por esas cosas que Marta Dillon describió con una prosa admirable, "de entrañas ubicadas donde se debe".
Está eso de que cada vez que aparece un nieto o una nieta es una emoción, pero esta vez fue una luz enceguecedora. “Porque todos y todas sabemos quién es esa abuela, esa directora de escuela que apareció el martes por primera vez despeinada y con el maquillaje corrido, que no perdió su tono docente, su lengua medida y acostumbrada a decir para que se entienda, que se entienda más allá de donde ya se ha ganado la comprensión, un lenguaje si se quiere domesticado pero capaz de vulnerar las barreras de los insensibles, un lenguaje cuidado que ha sabido traducir cuál es el valor de la verdad, que con la paciencia de los pequeños derrumbó aquel otro relato, ese que hablaba del derecho de los apropiadores por los cuidados entregados a sus presas. Cada quien sabe dónde estaba el martes cuando la alegría invadió las plazas, las calles y las casas. Cada quien recordará quién se lo dijo, a quién abrazó primero, cuánto tardó en caer en la cuenta de lo que significaba y significa esta recuperación de un nieto más, porque de tanto ver a esa abuela ya la habíamos confundido con la institución, porque de tanto escuchar su nombre creímos que era sólo testimonio.”
No se supone que esa corriente de alegría nacional significa una mayoría de argentinos haciendo carne el martirio indescriptible sufrido por Laura Carlotto, que parió a Guido encapuchada y engrillada. En estas horas, cualquier lugar común me pareció justificado. Que el amor vence al odio, que Guido/Ignacio es el nieto de todos los argentinos, que algo nos unió por encima de toda diferencia.
Pero por acá, y hasta animándonos a incluir a tanta gente que la yuga todos los días y que no tenía ni de lejos a la recuperación del nieto de Estela como una de sus prioridades existenciales, andamos con una contentura muy grande. Será de momento, pero es con momentos como éste que se construye la mejor historia de los pueblos.
Eduardo Aliverti
Fuente : Página 12.com
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