El que vivió día a día su siglo terrible y no salió dañado de su cautiverio.
Ése es el Mandela del que me quiero acordar.
El que cultivó un jardín en la cárcel.
Gozaba plantando y cosechando bajo la lluvia y bajo el sol, sabiendo que tal como ejercía un mínimo control sobre esa parcelita de tierra, también podía controlar su dignidad y sus memorias y la fidelidad con sus compañeros. El que compartía fruta y vegetales con los otros presos, pero también con sus carceleros, prefigurando el tipo de nación que deseaba y soñaba.
Es así como quiero recordar a Madiba.
Como un jardín que crece, así como crece la memoria. Como un jardín que crece como debería crecer la justicia. Como un jardín que nos reconcilia con la existencia y la muerte y las pérdidas irreparables. Como un jardín que crece, como crece Mandela adentro de todos nosotros, adentro del mundo que él ayudó a crear y que tendrá que encontrar a tientas un modo de serle fiel.
* El último libro de Ariel Dorfman es Entre Sueños y Traidores: Un Striptease del exilio.
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