Nos retirábamos, por no decir que huíamos dentro del más
completo desorden...
En medio del fragor de la huída me hirió
de arriba abajo este grito: “Me dejáis solo, compañeros! . . .
Se oían muchos ayes, muchos rumores sordos de cuerpos
cayendo para siempre, y aquel grito desesperado, amargo,
“(Me dejáis solo, compañeros!” . . .
completo desorden...
En medio del fragor de la huída me hirió
de arriba abajo este grito: “Me dejáis solo, compañeros! . . .
Se oían muchos ayes, muchos rumores sordos de cuerpos
cayendo para siempre, y aquel grito desesperado, amargo,
“(Me dejáis solo, compañeros!” . . .
En aquellos instantes sentí que se me desbordaba el pecho;
orienté mis pasos hacia el grito y encontré a un herido
que sangraba como si su cuerpo fuera una fuente generosa.
“Me dejáis solo, compañeros!” seguía diciendo.
Le ceñí mi pañuelo, mis vendas, la mitad de mi ropa.
Le abracé para que no se sintiera solo. El enemigo se oía cercano.
“Me dejáis solo compañeros!” Me lo eché sobre las espaldas:
el calor de su sangre golpeó mi piel como un martillo doloroso.
“No hay quien te deje solo!,” le grité. Me arrastré con él ...
Y cuando ya no pude más, le recosté en la tierra, me arrodillé
a su lado y le repetí muchas veces: “No hay quien te deje solo, compañero!”
Y ahora, como entonces, me siento en disposición
de no dejar solo en sus desgracias a ningún hombre.
Algunas fuentes apuntaban ayer que uno de los mineros fallecidos en León había intentado socorrer a sus compañeros, en la séptima planta del Pozo Emilio del Valle, a 694 metros de profundidad.
orienté mis pasos hacia el grito y encontré a un herido
que sangraba como si su cuerpo fuera una fuente generosa.
“Me dejáis solo, compañeros!” seguía diciendo.
Le ceñí mi pañuelo, mis vendas, la mitad de mi ropa.
Le abracé para que no se sintiera solo. El enemigo se oía cercano.
“Me dejáis solo compañeros!” Me lo eché sobre las espaldas:
el calor de su sangre golpeó mi piel como un martillo doloroso.
“No hay quien te deje solo!,” le grité. Me arrastré con él ...
Y cuando ya no pude más, le recosté en la tierra, me arrodillé
a su lado y le repetí muchas veces: “No hay quien te deje solo, compañero!”
Y ahora, como entonces, me siento en disposición
de no dejar solo en sus desgracias a ningún hombre.
Miguel Hernández
Algunas fuentes apuntaban ayer que uno de los mineros fallecidos en León había intentado socorrer a sus compañeros, en la séptima planta del Pozo Emilio del Valle, a 694 metros de profundidad.
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