Dibujo: @lulydibuja
No quieren ollas. Ni docentes manteniendo el fuego encendido y la comida caliente.
Son peligrosas las ollas. A su alrededor se tejen lazos de empatía, de vecindad, de mirar al otro y a la otra y a le otre a los ojos, y reconocer el mismo hambre, la misma rabia o el mismo dolor.
Huelen a revolución las ollas. Y a verdad. A esa verdad que nos quieren ocultar con topadoras, cuadernos y discursos grabados, pero que se les escapa cada vez que unas manos tienden un plato y otras manos lo llenan, y las miradas se cruzan por sobre el borde de la olla y se dicen que no, que así no, que con el hambre no sé jode y con la dignidad menos.
Cuántas verdades gritan esas ollas que quieren callar.
"Ollas no" le escribieron a Corina en el cuerpo. En ese cuerpo que viene poniendo, a puro coraje y solidaridad, para que coman les pibes y sus familias.
"Ollas no" dicen los que comen con la Legrand, y gastan millones de pesos en sanguchitos y petit fours, para desayunos protocolares, que nunca incluyen el cocido con leche que preparaban Sandra y Rubén cuando los mató la desidia y la maldad hechas garrafa.
"Ollas no " , y ahora se llenarán de ollas las esquinas, las escuelas, los acampes y las puertas de los ministerios.
Allí, en esas ollas que quieren callar, continuaremos cocinando el país que nos merecemos.
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