Rescatar la memoria.

Rescatar la memoria.

18/1/18

" Pequeñas historias mundiales."

El 13 de julio de 1930, cuando Montevideo preparaba su festiva inauguración mundial, en Argentina se decretaba Día de Duelo Nacional. En la madrugada del 12, un tranvía atestado había caído al Riachuelo provocando la muerte de su motorman, y de 55 de los 60 pasajeros que transportaba. En una minuciosa nota, el historiador Felipe Pigna reconstruyó el hecho:
“Un desvencijado interno 75 de la línea 105 de Compañía de Tranvías Eléctricos del Sur había salido a las cinco de la mañana de aquel 12 de julio de 1930. Era el popularmente llamado “tranvía obrero”: allí iban hombres, mujeres y también muchos niños que oficiaban de aprendices haciendo las peores tareas en talleres y frigoríficos. Por aquel Riachuelo que ya por entonces era el desagüe de todos los desperdicios de la industria que lo rodeaban, y que le daban su clásico aspecto denso y negro, venía cansinamente la chata petrolera “Itaca II” que con sus sirenas le avisaba al encargado del puente levadizo, el español Manuel José Rodríguez de 68 años, que fuera levantándolo para darle paso. El hombre hizo lo de siempre, encendió las luces de peligro para evitar que algún tranvía intentara cruzar en ese momento y puso en marcha el mecanismo para que el puente comenzara a elevarse. Al frente del tranvía venía su motorman, un italiano de 31 años llamado Juan Vescio. Habían pasado unos pocos minutos de las seis cuando el tranvía cruzó la última curva, aquella que les avisaba a los pasajeros que viajaban de memoria que estaban a punto de cruzar el puente sobre el Riachuelo. El encargado del puente recordará: “En ese momento me pareció escuchar el ruido de un tranvía y sentí un sudor frío. Me asomé por la ventana de mi garita y vi, entre la niebla, las luces de las ventanillas de un vehículo que acababa de entrar al puente. Medio desesperado, empecé a gritar para que el motorman me escuchara, pero fue inútil (…). De los 60 pasajeros sólo sobrevivieron cuatro: Remigio Benadasi, José Hohe, Buenaventura Arlia y Gabina Carrera (…)

"El último sándwich de quién sabe cuántas jornadas de hambre 
que  arrancó más de una lágrima”.
Raúl González Tuñón escribió en la quinta edición de Crítica del 13 de julio de 1930: “Uno de los cadáveres extraídos era el de un chiquilín como de 14 años de edad. Obrerito joven, la muerte lo sorprendió tiritando de frío en un rincón del tranvía. Nadie lo reconoció en el momento de ser sacado de las aguas.
 ¡Quién sabe si ese chiquilín no tiene más familia que una abuelita vieja, a la que debe mantener con sus pobres jornales!
 Cuando levantaron ese cuerpecito liviano, llamó la atención lo abultado de uno de los bolsillos de su saco. 
Ese bulto resultó ser un sándwich.
 Un pan francés abierto en dos, llevando adentro una milanesa, seguramente sobra de la comida del día anterior. 
Ese sándwich era el único almuerzo de la infeliz criatura. 
Cuando se lo sacaron del bolsillo, ese sándwich, último sándwich de quién sabe cuántas jornadas de hambre, tuvo el prestigio de arrancar más de una lágrima”.

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