Por Alberto Morlachetti
"¿Quién que ha visto azotar a un negro no se considera
para siempre su deudor? Yo lo ví, yo lo ví cuando era
niño y todavía no se me ha apagado en las mejillas la
vergüenza...
Yo lo ví y me juré desde entonces su defensa.
José Martí
(APE).- Podemos encontrar esclavitud en todos los pueblos antiguos, para ello basta echar una mirada a la historia de Caldea, Babilonia, Persia, de Egipto o del pueblo Hebreo. De las desventuras y miserias de los ilotas en Esparta, de los Clarotes en Creta o de las tristezas de los Sudras y de los Parias en la India.
Sociedades que basaban sus economías sobre hombres, mujeres y niños esclavos. Sus vidas eran la fuerza de trabajo que recibía lo mínimo necesario para reproducirse como herramientas y a quienes se les negó identidad humana.
Podríamos decir que la historia deparó infortunios para aquellos que abrieron los surcos y echaron las simientes, recogieron las mieses, al que cuidó de los ganados, al que remó sobre las amarguras del mar, el que levantó las moradas del amo y las obras majestuosas del orgullo y del ingenio humano: las termas imperiales, las murallas de Roma y el coliseo Flavio, la soberbia majestad de las pirámides y de la esfinge, los incomparables templos de Luxor y de Karnak, los restos de Nínive en Mosul y Korsabad, en las murallas de Babilonia y los jardines colgantes de Semírabis o el Partenón de Atenas.
Quizás en las grietas de estas grandes obras, en los ecos dormidos de las piedras se encuentren los lamentos y las nostalgias de los esclavos: el lugar donde palpita el pensamiento y el corazón de los hacedores de las grandes civilizaciones.
Los hombres considerados sabios y humanos como Hammurabi (1792-1750 A.C.) y Moisés (Siglo XIII A.C.) no la condenaron, se limitaron a regularla para el interés y buen orden del país.
Aristóteles -uno de los mayores pensadores de la antigüedad (384-322 A.C.)- dejó huellas profundas en los imaginarios. Pensaba en la esclavitud como un hecho natural donde algunos hombres -propiedad de un amo- han nacido para servir percibiéndoles como herramienta viva y sin alma, ligeramente parecidos a los humanos no podían recibir ni la amistad ni la perturbadora justicia porque los esclavos eran cosas como los bueyes no susceptibles de emociones ni derechos.
Tampoco el cristianismo favoreció su abolición a pesar del Nazareno. Ya en la antigüedad el mismo Apóstol San Pablo -en Carta a los Efesios- pedía sumisión y obediencia a los amos sirviéndolos “con temor y respeto”. San Pedro -en la primera epístola- aconsejaba a los siervos obediencia a los amos “no tan solo a los buenos y apacibles” sino también a los de “recia condición”. San Agustín (354-430) encuentra el origen o la “primera causa” de la esclavitud en el pecado: la considera un castigo de Dios según las culpas de los pecadores. Si se trastorna la ley que manda que se conserve el orden natural se debe reprimir con la servidumbre penal.
San Agustín percibe la esclavitud como un medio de purificación y de elevación. Para el maestro y filósofo Orígenes (Siglo III) el esclavo cristiano es libre “porque su cuerpo quedará bajo la dependencia del amo, mientras que su alma no dependerá sino de Dios”.
En épocas más cercanas la libertad era para los pensadores del Iluminismo el más alto y universal de los valores políticos. Sin embargo, esta metáfora política comenzó a arraigarse en una época en que la práctica económica de la esclavitud -la sistemática y altamente sofisticada esclavitud capitalista de pueblos no europeos como fuerza de trabajo en las colonias- se iba incrementando cuantitativamente e intensificando cualitativamente, hasta el punto que a mediados de siglo todo el sistema económico de Occidente estaba basado en ella, facilitando paradójicamente la difusión global de los ideales iluministas con los que se hallaban en franca contradicción dice Susan Back-Morss.
Thomas Jefferson (1743-1826) autor principal del proyecto de Declaración de Independencia de los EE.UU. incluía un párrafo especial donde manifestaba que la posesión de esclavos es algo "contrario a la naturaleza humana". Tomás Paine (1737-1809), el más prestigioso de los intelectuales de EE.UU. y co-redactor de la Declaración de Independencia, dice que todos los “hombres nacen iguales y poseen derechos naturales iguales e inalienables”. Sus contemporáneos -no obstante- seguían a pie juntillas aquellos conceptos de Aristóteles: no puede haber injusticia, ni tampoco es posible la amistad con los esclavos "pues la amistad y la justicia no son posibles con respecto a objetos inanimados”.
Intelectuales ilustres como Montesquieu (1689-1785) -uno de los padres de la democracia actual- manifestaba que era impensable que Dios haya puesto un alma en un cuerpo negro. Hume en Inglaterra (1711-1776) pensaba que el negro puede desarrollar algunas cualidades, como el loro puede hablar algunas palabras. José Ingenieros calificó en 1905 a los negros como “oprobiosa escoria”, y que merecían la esclavitud por motivos “de realidad puramente biológica”. Contemporáneos como Jorge Luis Borges o Arnold Toynbee les resultaba “evidente la esterilidad cultural de los negros”.
Entre las más altas expresiones de dignidad humana no podemos dejar de nombrar -entre muchos- algunas vidas luminosas que se rebelaron contra la humillante esclavitud: Espartaco, Zumbi, Toussaint de Louverture, Malcom X, Martin Luther King.
La memoria de esos nombres y la forma apasionada de hacer la vida.
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