Rescatar la memoria.

Rescatar la memoria.

29/12/15

Testimonio.


A Lelia Margarita Bicocca le decían “La Catequista”. Los sobrevivientes de la ESMA dicen que era muy flaquita y nerviosa y que tenía una boca grande con una sonrisa grande. A ella la secuestraron el 31 de mayo de 1977, cuando tenía 48 años. Primero la llevaron a Campo de Mayo, pero en octubre de ese año la vieron con el pelo totalmente blanco en el centro clandestino del Grupo de Tareas 3.3. Lelia dibujaba tarjetas de Navidad antes de llegar a la ESMA. En Capucha, bajo la luz artificial, comenzó a hacer palomas con migas de pan y a dibujar historietas. Il Capuchino es una tira de humor negro con siluetas de palotes, huesos y esqueletos hecha por ella. Las siluetas llevan grilletes en los pies y esposas en las manos. La tira permaneció guardada casi treinta años en una caja de archivos de la Conadep aportada por dos sobrevivientes. Este año esas historietas salieron a la luz durante la declaración de esos sobrevivientes en el megajuicio de la ESMA. La fiscalía rescató de los archivos esas tiras con sus siluetas escalofriantes que emergieron proyectadas durante los alegatos en la sala.
Lelia Bicocca le regaló el dibujo a Beatriz Mercedes Luna, una de las sobrevivientes del centro clandestino que logró sacarlas del inframundo. “Con el pan, Lelia me hacía palomas y hacía historietas. Cuando me fui de la ESMA me llevé un dibujo y unas palomas de migas de pan que se las envié a su familia, en San Martín. Lelia era muy creativa con sus manos y me imaginé que sus padres reconocerían su trabajo. La historieta era un poco macabra. Ella había dibujado esqueletos con mucha ironía, nosotros éramos los esqueletos de esa historieta. No me pareció un regalo adecuado para los padres.” El compañero de Beatriz, Ricardo Camuñas, entregó las copias de esos dibujos que ahora se conocen a la Conadep. Para la fiscal del juicio, Mercedes Soiza Reilly, esos dibujos son poderosos altoparlantes: no solo hablan de las experiencias de resistencias dentro del campo, sino que también son una ventana inédita al interior del centro clandestino.
La historieta comienza como comienzan todos los libros: con los datos de la edición. Un título: Il Capuchino. Ediciones: Grilletes Unidos. Talleres Gráficos: Cucha Cucha. Y también da cuenta del tiempo de impresión: “Se terminó de imprimir un día a la tarde, temperatura primaveral, olores varios. Luz artificial del año 1977”. La tira tiene textos de El Principito y del Martín Fierro, entre otras voces. En la primera viñeta, una de los siluetas canta y toca una guitarra, pero la guitarra no se ve. Lleva grilletes. Y el cuadro remata con una frase del Martín Fierro: “Aquí me pongo a cantar”, en clave de humor y probable alusión a uno de los efectos nocivos de la tortura. En la segunda imagen, a una silueta se le desprende el hueso de una pierna: “Perrito lindo, ¿no?”, dice el cuadro mientras las gotas se transforman en un charco. En la tercera imagen aparece lo que podrían ser señales de tránsito: “Amigo es con quien se puede pensar en voz alta”. O: “Quien camina jamás se detiene”. Luego, sigue otro de sus sufrientes: una silueta de bastones, con los grilletes atados al piso, una esposa en una mano y otra mano extendida. Esta vez, el muñeco no tiene cabeza. La cabeza aparece más allá, como salida del cuerpo. Y ahí, algo aparece, parecido a Lelia, quizá su enorme sonrisa que se ve boca abajo.
Cuando Lelia cumplía cinco meses de detención ilegal, Beatriz ingresó a la ESMA secuestrada. Era el 22 de octubre de 1977: “Yo no sabía dónde estaba –contó Beatriz en la audiencia en la que declaró desde Londres–. Esa tarde permanecí dormida como en un sueño, estaba sin energía, sin comida y cuando me senté me trasladaron a otra parte, donde me hicieron acostar en el suelo. Había una pequeña cucheta. Eran unos compartimientos, a los que en la jerga les decían cuchas. Al lado tenía a una mujer, se llamaba María, y, al lado, había otra, a la que le decían Haydeé, pero su verdadero nombre era Lelia Bicocca. Con ella fue con quién mas hablé los diez días de mi cautiverio. Era una persona espectacular, un ser humano íntegro que inmediatamente me adoptó y me cuidó: yo tenía veinte años”.
Lelia había militado en el PRT-ERP y participaba de la Asociación Cristina de Jóvenes de San Martín. Daba clases de catequismo en su casa y tenía una pequeña librería, cerca de la estación de trenes de Tropezón. Para mayo de 1977, vivía con sus padres, a dos cuadras de su hermano, Jorge Bicocca, que corrió a hacer la denuncia la noche del secuestro. En la Regional de San Martín había veinte vehículos operativos y gente en la calle porque esa noche se habían llevado a “un montón de personas”, dijo él durante el juicio.
En la audiencia, Jorge desplegó fotos de su hermana. En una, Lelia está con una mantilla de misa. En otra, en el bautismo del hijo de su hermano. Cuando uno de los abogados le preguntó a qué se dedicaba ella, él dijo: “Aparte de hacerles bien a todos, tenía un pequeño negocio de librería”. También contó que “militaba políticamente” como su padre, “que era demócrata progresista porque no era ningún pecado trabajar para una idea”. En medio de sus recorridos, el hermano llegó a golpear las puertas en Campo de Mayo, convencido intuitivamente de que su hermana estaba ahí. Lo echaron.
Lelia le habló a Beatriz de las secuelas de Campo de Mayo. Había estado en un sótano húmedo, durante el cual perdió parte de la movilidad de un brazo. “Lelia estaba en muy malas condiciones físicas, sufría artritis o reuma y las condiciones de Campo de Mayo la habían agravado”, explicó. “Todos esos malos tratos hicieron que sus pelos se volvieran totalmente blancos.”

Cuadro a cuadro

Capucha le decían los marinos al espacio de reclusión y permanencia de los detenidos. Las sobrevivientes de la ESMA, lo describen como un lugar con olor “horrible, se siente la muerte, no hay vida, el silencio es total”. Las ventanas estaban tapadas, la luz prendida constantemente, las temperaturas de verano alcanzaban los cincuenta grados. Los marinos tomaron fotografías adentro de la ESMA, microfilmaron documentos y varios sobrevivientes dicen que llegaron a filmar una sesión de tortura que proyectaron a otros a modo de tormento. Los archivos audiovisuales de la ESMA, sin embargo, nunca aparecieron. Víctor Basterra logró sacar de ahí negativos con fotos hechas por el grupo de tareas a los prisioneros, muchos de los cuales están desaparecidos. Pero esos registros fotográficos son de las únicas imágenes conocidas sobre la época de funcionamiento del centro clandestino. En esa misma línea de tiempo y de registros, la fiscalía inscribe ahora estos dibujos.
Para Soiza Reilly, los dibujos también contienen datos. Esta es una de las líneas que estudian en la causa. Con el comienzo de la democracia, los sobrevivientes dibujaron planos del ex Casino de Oficiales en las denuncias ante la Conadep. Lo hicieron los detenidos también de otros centros clandestinos para reconocer los lugares, pero los planos se trasformaron al mismo tiempo en uno modo de documentar cómo eran y cómo estaban compuestos los espacios. Los dibujos de Lelia son pensados en esa dirección: no sólo como un modo de ver el espacio, sino también como pistas o datos sobre presencia de algunas personas.
Al cuarto dibujo, por ejemplo, le falta una pierna. Es una silueta de palo, con dos muletas. Hay un grillete en el único pie y esposas en las manos. Si Beatriz Luna entró secuestrada a la ESMA el día 22 de octubre de 1977 por unos diez días, es probable que haya estado hasta comienzos de noviembre de ese año. El día 27 de octubre de 1977 era secuestrado por el grupo de tareas 3.3 Hernán Nuguer, uno de los 41 estudiantes de Arquitectura detenidos desaparecidos en la ESMA. Hernán había sufrido un accidente en su trabajo a mediados de 1975. Quedó parapléjico, se había ido recuperando de a poco, anduvo en silla de ruedas, con muletas y a mediados de 1977 tenía un auto con comandos que facilitaba sus desplazamiento a la facultad. En esas condiciones fue secuestrado.
El último cuadro evoca a una persona en un ataúd. Hay una cruz en lo alto. Y dos pequeños textos. Para entonces, uno de los sobrevivientes le había escuchado a Lelia responder a uno de los guardias: “Los guardias comentaban que iban a cenar cerdo y ella dijo: ‘Chancho para los chanchos’”.
Graciela y Ricardo entregaron copia en la Conadep de los textos. Enviaron a una persona distinta a casa de los padres con el regalo de la miga de pan. Jorge Bicocca habló de eso en la audiencia: “Una mujer se presentó en casa y dijo que tenía una palomita que había hecho Lelia en cautiverio, alguien la había mandado a lo mejor para que se tranquilizara la familia. Yo me di cuenta que la mujer conocía a Lelia”.

 Alejandra Dandan
Fuente : Página 12.

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