Lo mejor de la vida, la felicidad, sólo puede ser un subproducto de algo que es auténticamente bueno (a saber, una buena acción, una noche de sueño reparador, el amor) y está ausente de cualquier mercado. Las cosas que vienen en segundo lugar como mejores, hacia las que nos volvemos por impotencia o desesperación, son caras porque ningún precio puede aproximarse al valor de las mejores cosas.
Tratar de substituir la auténtica felicidad con algún objeto o servicio adquiridos es el equivalente de substituir el sopor provocado por una píldora para dormir con una noche de sueño reparador. En el siglo XIX, algunas revistas norteamericanas publicaban esta definición: “La felicidad es como una mariposa, que siempre parece más allá de nuestra alcance cuando se la persigue; pero que, cuando nos sentamos tranquilamente, puede posarse sobre nosotros”. ¡Abandonar esta búsqueda materialista no cuesta nada en absoluto!
Si se condena la búsqueda de la felicidad como contraproducente, ¿cuál debería ser nuestra guía? El optimista que hay dentro de mí cree que hay algo innato en los seres humanos que, como el mecanismo que da pie a que los girasoles sigan al sol a lo largo del cielo, puede ayudar a desatar nuestro lado creativo. Porque sí. Con la felicidad como subproducto no buscado, la mariposa que se nos posa suavemente en el hombro.
Ay, las sirenas del diario esfuerzo pueden distraernos y convertirnos en consumidores a los que les gusta lo que compran, compran lo que creen que les gusta y acaban aburridos e insatisfechos, permanentemente incapaces a la hora de concretar la naturaleza de su descontento y confirmación viviente de lo razonado por Mark Twain acerca de la “multiplicación sin límite de innecesarias necesidades”.
Por otro lado, Dorothy Parker dijo que deberíamos “cuidarnos de los lujos y las necesidades se cuidarán por si solas”. Por supuesto, las necesidades se cuidan de sí mismas sólo para aquella gente que pertenece al minúsculo segmento de la sociedad en el que se reproduce el privilegio.
Una sociedad civilizada le proporciona a todo el mundo condiciones que otorguen libertad vigorosa y creativamente para buscar sus propias metas. Pero para que esto suceda, cada uno ha de tener libertad frente al miedo, el hambre y la explotación, así como disponer, de acuerdo con Virginia Woolf, de “una habitación propia”.
Varoufakis
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