23/11/17

" Libertad y capacidad de desobediencia ." Erich Fromm.


"En verdad, la libertad y la capacidad de desobediencia son inseparables; de ahí que cualquier sistema social, político y religioso que proclame la libertad pero reprima la desobediencia, no puede ser sincero"
"Los muchos pueden aceptar la obediencia porque es buena, y detestar la desobediencia porque es mala, más bien que detestarse a sí mismos por ser cobardes".
¿Por qué se inclina tanto el hombre a obedecer y por qué le es tan difícil desobedecer? Mientras obedezco al poder del Estado, de la Iglesia o de la opinión pública, me siento seguro y protegido. En verdad, poco importa cuál es el poder al que obedezco. Es siempre una institución, u hombres, que utilizan de una u otra manera la fuerza y que pretenden fraudulentamente poseer la omnisciencia y la omnipotencia.
Mi obediencia me hace participar del poder que reverencio, y por ello me siento fuerte.
Si un hombre sólo puede obedecer y no desobedecer, es un esclavo; si sólo puede desobedecer y no obedecer, es un rebelde (no un revolucionario); actúa por cólera, despecho, resentimiento, pero no en nombre de una convicción o de un principio.
Sin embargo, para prevenir una confusión entre términos, debemos establecer un importante distingo. La obediencia a una persona, institución o sometido a un poder externo (obediencia heterónoma) es sometimiento; implica la abdicación de mi autonomía y la aceptación de una voluntad o juicio ajenos en lugar del mío.
La obediencia a mi propia razón o convicción (obediencia autónoma) no es un acto de sumisión sino de afirmación.
Mi convicción y mi juicio, si son auténticamente míos, forman parte de mí.
Si los sigo, más bien que obedecer al juicio de otros, estoy siendo yo mismo; por ende, la palabra obedecer sólo puede aplicarse en un sentido metafórico y con un significado que es fundamentalmente distinto del que tiene en el caso de la "obediencia heterónoma".
No puedo cometer errores, pues ese poder decide por mí; no puedo estar solo, porque él me vigila; no puedo cometer pecados, porque él no me permite hacerlo, y aunque los cometa, el castigo es sólo el modo de volver al poder omnímodo.
 El coraje no basta. La capacidad de coraje depende del estado de desarrollo de una persona. Sólo si una persona ha emergido del regazo materno y de los mandatos de su padre, sólo si ha emergido como individuo plenamente desarrollado y ha adquirido así la capacidad de pensar y sentir por sí mismo, puede tener el coraje de decir "no" al poder, de desobedecer.
Una persona puede llegar a ser libre mediante actos de desobediencia, aprendiendo a decir no al poder.
 Pero no sólo la capacidad de desobediencia es la condición de la libertad; la libertad es también la condición de la desobediencia.
 Si temo a la libertad no puedo atreverme a decir "no", no puedo tener el coraje de ser desobediente.
En verdad, la libertad y la capacidad de desobediencia son inseparables; de ahí que cualquier sistema social, político y religioso que proclame la libertad pero reprima la desobediencia, no puede ser sincero.
Hay otra razón por la que es tan difícil atreverse a desobedecer, a decir "no" a la autoridad.
 Durante la mayor parte de la historia humana la obediencia se identificó con la virtud y la desobediencia con el pecado.
 La razón es simple: hasta ahora, lo largo de la mayor parte de la historia, una minoría ha gobernado a la mayoría."

"El bien y el mal no existen si no hay libertad para desobedecer"
Erich Fromm

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