Por Malena Pichot
Pongo la tele, en un gesto masoquista que me caracteriza y a la vez con la inocente esperanza de que el mundo haya mejorado de pronto.
El sueño muere en seguida, un informe en el programa Bendita cuenta que El monseñor Greorg Ratzinger, hermano del Papa Benedicto XVI,
está acusado de encubrir más de 500 casos de abuso a menores.
Al menos 547 niños, del famoso coro católico alemán de Ratisbona, fueron víctimas de abuso entre 1945 e inicios de la década de 1990, cuando el hermano del Papa dirigía el coro.
Al finalizar el informe Beto Casella, conductor del programa, decidió antes que nada aclarar lo siguiente: “Bueno, no es que él hizo algo, sino que encubrió los abusos”.
Bárbaro, che.
Entonces, abusar y permitir que otro abuse ¿son cosas muy diferentes? ¿En serio?
El talento descomunal de Beto Casella para defender, justificar y siempre minimizar los abusos de los hombres blancos es para aplaudir de pie.
Cordera, Baby, el Bambino y ahora este "mostro "de Ratzinger tienen siempre para Beto un costado entendible.
No dejen de atender esta estrategia conciliadora de Casella, que es una clase magistral de fraternidad patriarcal en los medios.
Es la expresión de esa conciencia mundial cuyo único objetivo es conciliar injustamente para sacarte el enojo, para que no veas claramente.
Claro que podría abandonar este programa, o abandonar la tele en general, donde la lógica machista se advierte en cada comentario de quien sea que esté frente a cámara, en cada publicidad en cada todo.
Debería dejar de engranarme con esto, tatuarme “soltar” en la muñeca o en las costillas o donde sea más estúpidamente sensual.
Podría abrirme un vino blanco y ver una película de Eric Rohmer sobre una pareja paseando por la campiña francesa en bermudas color caqui.
Si hubiera hecho eso, me evitaba a Casella instalando en la televisión el término, ya de moda en las redes: “A las feminazis las tenemos ubicadas, ya sabemos quiénes son. Son esas que odian a todo lo que tenga testículos”.
Por supuesto que me quedé expectante esperando que dijera un nombre, bueno, que dijera MI nombre, pero no.
Qué absurdo, ¡cómo voy a odiar a todo lo que tiene testículos! Mi perro tiene testículos.
Lo genial de las personas que usan el concepto “feminazi” es que no pueden dar un solo ejemplo de una feminazi, como tampoco pueden dar un solo ejemplo de una feminista. Dirán que feminazi es una mujer que odia a los hombres y dirán lo mismo de una feminista. Sencillamente porque feminazi es el nuevo apelativo que se inventó cuando la palabra “feminista” comenzó a tener una resonancia positiva en la sociedad.
Son las nuevas estrategias de los viejos machistas.
Ya sé, ya sé, podría apagar la tele, salirme de las redes, tatuarme “soltar” de nuevo, en algún lugar más visible, porque me sigo olvidando de soltar.
Podría no enojarme,pero es tan lindo, hermana, intentalo, enojate.
Poné cara de culo y respondé mal.
Qué argumento ni qué argumento, este cura se violó un pibito.
Qué debate ni qué mierda, matan un mujer cada 18 horas porque un tipo cree que es su propiedad y encima querés que te explique por qué soy feminista, yo no te explico nada, viejo, andá a guglear.
Es hora de enojarse de verdad, un poco todos los días.
Hace bien, libera endorfinas y te conecta con lo que importa,
te obliga a correrte de la careteada que suponen los buenos modales y sobre todo te diferencia de los zombies de la televisión.
Por favor, que hayamos perdido la capacidad de asombro en ciertos temas, no signifique perder también nuestra capacidad de enojo.
Está bueno enojarse, como para que quede un resabio de sensación o lección de algo y finalmente entendamos que no hay que dejar a los niños al cuidado de curas.
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