" Nada tiene sentido
si hay un niño en la calle."
José “Pepe” Moreira
Escribo esta nota con bronca, con rabia y angustia. Mucha rabia contra este orden social que condena a miles de jóvenes a la miseria, a ser carne de los narco, o mano de obra de la yuta, a andar con caño con apenas 15 años o a morir de un balazo en cualquier esquina donde el gatillo fácil policial aplica sin más la pena de muerte.
Esquivando la muerte
N. tiene hoy apenas 16 años, a los 15 andaba robando, porque, decía, que quería ser como esos otros jóvenes que van a los boliches en autos caros, que se visten a la moda y muestran cadenas de oro colgando de sus cuellos. Pero N. no tendría la misma suerte. En una de sus salidas la policía que lo perseguía le metió una bala a centímetros del corazón. Salvó su vida por muy poco. La última vez le fue peor, el disparo del gendarme dio en su vientre y la bala quedó alojada muy cerca de la médula, tanto que no pudieron sacarla. Pero su vida, porfiada, siguió latiendo. Lo operaron y quedó preso, ya tenía 16. Las cicatrices recorren su abdomen en una gruesa línea zigzagueante.
N. entró así al túnel del sistema penal juvenil y en poco menos de un año ya había pasado por varios “dispositivos”. Hasta que hace unos días, en medio de una crisis potenciada por el consumo, decidió darse a la fuga del último lugar a donde lo había enviado el juzgado que tiene su causa.
N. tiene una novia, de su misma edad, que tal vez esté embarazada como tantas otras y otros que llegan a ser padres sin habérselo propuesto. Se presentó luego en el juzgado y el juez tal vez lo deje en libertad, no por haber logrado su “resocialización” ni porque haya cesado su estado de vulnerabilidad, sino más bien como evidencia del rotundo fracaso de todo el “sistema de protección” y más aún, como una muestra inocultable que desenmascara brutalmente la putrefacción de un sistema social que ya no se soporta.
La pobreza y la condena
N. creerá que es libre, pero nada más será libre para cumplir la sentencia social que lo condena desde antes de nacer, como a otros cientos de niños y niñas que nacen en medio de la pobreza planificada y que, como otros miles de nadies, esos a los que supo escribir Eduardo Galeano, valen menos que la bala que los mata.
No quisiera ver mañana en las crónicas del gatillo fácil que a N. lo ha matado una bala policial, pero si no es él, lo sabemos, otros, seguramente, ocuparán su lugar, hasta que la suerte le marque la frente y esta vez sí, en una calle cualquiera encuentre la muerte, esa que anduvo esquivando desde que aprendió a caminar.
Trabajador del CDNNYA (CABA)
Trabajador del CDNNYA (CABA)
Nota: Por razones obvias el autor se reserva el nombre del joven y las fuentes que aportaron información.
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