" Uno sabe que la burguesía adiestra a sus lebreles
para que salgan por todos los frentes
a combatir cualquier idea que no admita
la hegemonía del capitalismo contra los seres humanos. "
Fernando Buen Abad.
Atrincherados en esa especie de egolatría burguesa
a la que ellos llaman “periodismo”, desfilan todas las canalladas
ideológicas que la oligarquía ha sabido financiar para cultivar
opinadores serviles al mercado.
Dicen que son muy “plurales” cuando la mayoría son parciales
y anti estado.
Son autoritarios, parvularios e ignorantes que camuflados como
“libres pensadores” inoculan en público su verborrea de
cortesanos conspicuos.
No aprobarían un examen elemental en ninguna escuela
de periodismo.
Dicen conocer de “política” y de “políticos” pero de la clase
trabajadora, de sus intereses emancipatorios, de las luchas
de los pueblos y de las miserias que fabrica el capitalismo -a diario-
minuciosamente omiten toda referencia.
Ése es su mejor retrato.
La fuerza que los sostiene en las pantallas no es su lucidez,
no es su audacia informativa, no es su talento politológico
sino los anunciantes que pagan por esas vociferaciones
estereotipadas con que salen a exhibirse los “periodistas”
tarifados por la farándula del subjetivismo reaccionario.
La decadencia misma.
No hay emisión en la que, con el pretexto de la “libertad de expresión”
(de ellos) no saboteen al pensamiento crítico,
al pensar en disenso o a las consignas de base popular.
A la primera afirmación critica saltan al unísono (como hienas)
para sepultar con interrupciones, “chicaneadas”, risas burlonas
o gesticulaciones descalificadoras, la voz siempre
en desventaja de los invitados presos de las celadas
consuetudinarias e intragables.
Por ejemplo, es un emblema patronal inequívoco
cómo el conductor quita y da el micrófono.
Pero lo más deleznable suele ser la hipocresía,
la mascarada
y la puñalada planificadas para descargar los odios que,
a raudales, chorrean por las pantallas.
El acuerdo tácito o explícito radica en hacer parecer
sus vociferaciones altaneras como reglas
de una “democracia” de la palabra en la que ellos deciden
el momento de dar la tarascada silenciadora
contra el que opina diferente.
Se les puede tomar el tiempo.
Se trata de una vieja trampa practicada añejamente
en los laboratorios de la intolerancia más rancia.
Pero éstos lo repiten como una “novedad” que vende publicidades.
Y su utilidad coyuntural debe cobrar mucho por eso.
Uno no se engaña.
Uno sabe siempre que la lucha de clases tiene escenarios
muy diversos (incluidos los programas de televisión)
en los que se disputa sentido y en los que se agudizan
las contradicciones sociales todas.
Uno no se engaña y sabe que la burguesía adiestra
a sus lebreles para que salgan por todos los frentes
a combatir cualquier idea que no admita la hegemonía
del capitalismo contra los seres humanos.
Uno no se engaña y sabe, muy bien, de qué maneras
los vendedores de noticias han creado mercados de falacias
donde a punta de gritos, ofensas y canalladas de todo género
se trata de silenciar la expresión de lo popular en sus
sentidos más revolucionarios.
Y justamente porque uno sabe todo eso es por lo que debe
denunciarlo y no tragárselo tal como se lo empaquetan o se lo imponen.
Es verdad que uno puede siempre cambiar de canal
(para ver lo mismo en otro canal) y también puede no cambiarlo
para desmontar críticamente las argucias planificadas para mentirnos.
Uno puede elegir, también, entre ejercer su derecho a cuestionar
los intereses y los “ingresos” de esas operaciones ideológicas
burguesas disfrazadas de “periodismo” y las consecuencias
que eso tiene cuando se mezclan el odio y la falsedad
como cóctel nocturno para mandarnos a dormir en la desolación
y atemorizados porque si uno opina diferente a esos “periodistas”
comenzarán a gritarle y a silenciarlo con el repertorio
de bajezas con que ellos trabajan a diario y cobran de lo lindo.
Porque cobran. No hay duda.
Ellos dicen que tienen derecho a ser y hacer del “periodismo”
que inventaron lo que les dé la gana porque
trabajan para empresas privadas y para el mercado de las noticias.
Creen que éso les autoriza una extraterritorialidad
moral o ética desde donde su estulticia dicta cátedras.
Ellos creen que éso es incuestionable e intocable
y ellos hacen lo indecible por defender su trinchera
de impunidad a toda costa y costo.
Nosotros no le creemos a esa fórmula mercenaria
ni a ese periodismo de mercaderes.
Ya hemos visto sus fechorías en la historia
de las comunicaciones dominadas por el capitalismo.
Simplemente no lo tragamos.
Es otro el periodismo que los pueblos necesitan y alientan.
Es otra la necesidad de la verdad y la urgencia
de la ciencia en las tareas de una comunicación social libre
de mercachifles y petulantes de turno.
Es muy otra la necesidad de un periodismo de base inspirado
en el pensar, el sentir y el malestar de los pueblos
y no la retórica de las cúpulas empresariales
travestidas de “políticos” y sus escribanos de gatillo editorial fácil.
Argentina dio pasos enormes en su soberanía comunicacional
con leyes anti-monopolios de raíz histórica espléndida
y valor estratégico en la revolución comunicacional
que necesitamos todos.
Ése es uno de los blancos donde se concentra el odio oligarca
para arrebatarle al pueblo argentino
una de sus más preclaras conquistas.
El pueblo tendrá la palabra.
Para ellos este tema es intratable.
¿Nos negarán el derecho a opinar sobre esto libremente?
Fuente:Rebelión.
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