21/6/17

Haroldo Conti: el docente que nunca abandonó la lucha.Tom Lupo.

 Su legajo como profesor decía "abandono de cargo".
 Hace unos años lo cambiaron por "desaparición forzada".
 Una reparación histórica que fue celebrada por sus alumnos y por todos los que aprendimos de él.
 
Dicen que Haroldo Conti utilizaba sus clases de Educación Cívica para enseñar cosas que no estaban en el programa pero eran lecciones magistrales de civismo. Yo aprendí mucho de Haroldo, aunque nací después de su desaparición forzosa. Mi padre hacía una película documental con y sobre Conti. Valiéndose de su amistad aprovechó para meter cámara y grabador en su universo más íntimo, logrando dejarnos el único registro de audio e imagen de Haroldo Conti vivo. La dictadura cívico militar de la desaparición de personas interrumpió abruptamente ese rodaje. Papá murió en un accidente en 1979 cuando yo era todavía un chico de menos de un año. Y así el filme de Haroldo sobrevivió clandestinamente durante 30 años oculto en un ropero de casa. En 2009, luego de estudiar cine, logré terminar y estrenar esa película bajo el título de “El retrato postergado”. La inquietud de concluir aquel trabajo me llevó, desde los comienzos de la adolescencia, a tener un acercamiento particular al mundo de Haroldo y su literatura. Entre los audios que mi padre me dejó pude oír la voz de Haroldo en una clase sobre el movimiento hippie, una apología del uruguayo Juan José Morosoli y una crítica feroz a Mario Vargas Llosa. Creo que las cosas que decía en esas clases de cívica están, de alguna manera, maravillosamente conservadas en esas cintas y todavía pueden escucharse. Todavía enseñan. Por eso me causó una enorme satisfacción cuando hace unos días asistí al acto donde se rectificó su legajo docente y reemplazaron “abandono de cargo” por “desaparición forzada”. Es claro. De ninguna manera Haroldo hubiese abandonado su cargo. Esta reparación histórica, más que una alteración tipográfica en un papel, es la reafirmación concreta de algo que todos sabíamos. Haroldo nunca abandonó su cargo, y no podía hacerlo ni podrá jamás, porque su aula aún trabaja desde la literatura y los que de él aprenden seguirán naciendo.
Con su presencia imponía autoridad. Era seco, muy serio, distante, pero nunca lo escuchamos gritar. Era un tipo taciturno por un lado pero por otro con algunos grupos se armaba más confianza y ahí era bastante afable. Lo tuve todo un año como profesor de Educación Democrática, en el 65. Para él era muy importante la carpeta que uno tenía que llevar. Nos pedía recortes de diarios, y comentar las noticias que uno eligiera con libertad. Y después había un libro. Nos decía estudien esto y eso era lo que tomaba. Tenía un manejo numérico de las notas poco convencional. Más de una vez tuvo problemas con autoridades escolares que no entendían cómo ninguno de sus alumnos se iba a examen. Era un tipo querido por sus alumnos, no le importaban tanto las notas. La cuestión formal no le interesaba para nada. A todos les ponía entre seis y ocho y no tenía ningún aprecio por la cuestión burocrática. También era famoso porque al ingresar al aula decía 'ardesados', que era el equivalente del ‘buenas tardes, sentados’ que repetía la mayoría de los docentes. Una de las cosas que me dejó él como otros docentes es eso de llevar adelante una enseñanza con una cierta impronta personal. Más allá de lo que proponen las institucionesHaber sido alumno de Haroldo Conti fue una experiencia particular. Él eligió un camino absolutamente novedoso y creativo. Aunque tampoco puedo decir cómo era como docente porque no dio la materia que tenía que dar. En la primera clase nos dijo: “Yo debería darles Educación Democrática, pero es una basura y no sirve para nada. Les voy a leer literatura argentina y latinoamericana. Si ustedes no me traicionan, están todos aprobados”. Acto seguido, Haroldo tomó asiento y se puso a leer María la rubia, un cuento de Dalmiro Sáenz en el que el protagonista hace el amor con una prostituta que termina siendo su madre. Algunos de esos jóvenes que lo escuchaban abrían grandes los ojos y no entendían bien de dónde había salido ese personaje. En mi caso, fue excelente lo que viví a partir de ese momento. Ni me acuerdo de otros maestros, y él me quedó muy grabado. Yo no sabía la importancia que tenía para la literatura de entonces. Era un escritor como de culto, no muy conocido popularmente. Recién algunos meses después nos enteramos que era escritor. 
TOM LUPO, poeta y hombre de radioFUENTE: REVISTA CÍTRICA.

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