"En mi mano fina y larga, mano nerviosa, habituada al salto y al vuelo de la pluma, sentí caer tu ancha mano, tu mano callosa y fuerte, tu mano de cortos y cuadrados dedos, entre las cuales el martillo o el hacha o el serrucho se mueven con tanta levedad como en mi mano se mueve una lapicera.
Nos dimos las manos y nos miramos en los ojos.
Vos eras un obrero; yo, un intelectual.
Y nos comprendimos.
Y nos amamos.
Tu instinto te dijo que yo era uno de los tuyos. Mi inteligencia me dijo que vos eras uno de los míos.
Me dijiste:
¡Compañero!, en idioma internacional.
Yo, descendiente de europeos, mirándote la cara de indio bravo - Lautaro, Oberá o Yamandú - te dije, en criollo: ¡Aparcero!
Sonreímos.
Vos venías de la cárcel. Yo también venía de la cárcel. Y los dos estábamos fuera de la querida tierra natal, porque de ella nos habían echado. (Desterrar es una palabra heroica, exiliar es una palabra poética; los empleados policiales no las usan. Ellos dicen echar o expulsar, cuando mucho).
En nuestra querida tierra natal, sobraban tus encendidos discursos, aparcero, sobraban tus directivas, hermano, sobraba tu ímpetu huelguista, compañero, o sobraba tu conciencia de clase, camarada.
Igualmente sobraban los versos de mis poemas insurrectos y las prosas de mis artículos exaltadores de la dignidad cívica.
Ellos, es decir, los amos de unos seres con brazos y piernas como los hombres, seres vestidos de vigilantes y soldados, que saben manejar sables, fusiles, ametralladoras y cañones; ellos opinaron que nuestra querida tierra natal no te precisaba, líder obrero.
Ni me precisaba a mí, escritor con ideas.
Bien, aparcero. Nosotros no opinamos como opinan los patrones de esos uniformes oscuros adentro de los cuales un ser que podría parecer un hombre, se eriza de cañones, fusiles, sables y ametralladoras.
Nosotros, aparcero, opinamos que nuestra querida tierra natal nos necesita mucho.
Opinamos que en ella no abundan los obreros como vos, concientes. Ni abundan los escritores concientes, como yo, hermano.
Por eso vos continuás hablando y yo continúo escribiendo.
Tu voz y mi pluma se complementan. Vos encendés corazones, yo enciendo cerebros, camarada.
Tu causa es la mía, hermano. Lo ves? Tu ideal es el mío, aparcero. Lo sentís? Ni vos ni yo, querido, nos vamos por las ramas.
Los utopistas nos vienen hablando hace siglos de fraternidad humana y de otros macaneos lindos, Hermanos nosotros de ellos, los que llevan botas con espuelas, arrastran una cola que suena como un sable y piensan como sus tatarabuelos?...
¡Sonreíte, camarada!
Fraternidad? ¡Grupo! Ni vos ni yo, camarada, nos chupamos el dedo, hermano. Nuestro ideal no anda por los aires. Nuestro ideal se bajó de la nube de Cristo y de la nube de Tolstoi.
Nuestro ideal no vuela. Camina. Nuestro ideal es ideal para hombres y es ideal de nuestra época. Es un ideal concreto, realizable, práctico. No es ideal religioso ni filosófico. No vive de quimeras. Vive de pan, como vivís vos, como vivo yo, como vive el bobo idealista que nos viene a hablar de fraternidad humana o de no resistencia al mal, y como viven ellos, los que manejan cañones, fusiles, sables y ametralladoras (Aunque a su pan, ellos, lo precedan de whisky y lo terminen con champagne).
Nuestro ideal es éste: liberación económica del proletariado.
Este ideal sí se comprende. ¡Lo demás son musas! Este es el ideal posible que podemos llegar a ver nosotros, vos, obrero, y yo, escritor, dos hombres sin nébulas en el mate, dos hombres con los pies en la tierra y la cabeza - aunque cargada de ensueños y de pensamientos - no más arriba de la estatura normal de un hombre. Nuestro ideal no alcanza el metro y ochenta centímetros. Es un ideal bajo...
Nuestro ideal es éste: liberación económica del proletariado.
Este ideal sí se comprende. ¡Lo demás son musas! Este es el ideal posible que podemos llegar a ver nosotros, vos, obrero, y yo, escritor, dos hombres sin nébulas en el mate, dos hombres con los pies en la tierra y la cabeza - aunque cargada de ensueños y de pensamientos - no más arriba de la estatura normal de un hombre. Nuestro ideal no alcanza el metro y ochenta centímetros. Es un ideal bajo...
Y nuestro ideal, aparcero, sin nimbo religioso ni alas filosóficas, lo comprenden todos los hombres.
Todos los hombres que trabajan.
Todos los hombres que trabajan y quieren trabajar, y viven mal - siete, diez, quince, en una pieza de conventillo o una tapera - y comen mal, se enferman y son mal atendidos, se mueren y hasta son mal enterrados.
Nosotros no luchamos para fantasmas.
Nosotros luchamos para hombres que necesitan comer bien, vestir bien, tener horas de ocio para poder instruirse y soñar...
Vos hablás así? Yo te comprendo.
Todos te comprenden, aparcero líder.
Por eso vos, hermano, seguís en la brecha. Por eso vos, aparcero, no dudás, como el ultraidealista.
Te sentís escuchado. De tu boca no salen tropos: salen verdades. A vos nadie ha necesitado gritarte: ¡Valor! Todos saben que sos valiente. Se le ocurriría a alguien gritarle a la montaña: roca? La montaña, si no es roca, no es montaña. Vos, si no fueses valor, no serías líder obrero. Lo saben todos. Lo sabés vos sin haberte parado nunca a reflexionar sobre esto, tan natural. Lo saben los mismos torturadores - prefiero no clavarles adjetivos - de la sección Especial. Nunca a ellos se les ocurrió que podrían torturarte para que "cantaras". Ya sabían que hombres como vos no cantan. Y te hundían en un calabozo húmedo, en un sótano con rejas, entre sombras, solo, a que te pudrieses, en silencio, ¡a juntar rabia!
Pero tu ideal, aparcero, tu ideal no cabía en un calabozo.
Ni en una tumba.
Jamás pensaste en morir.
Siempre pensaste: ya saldré de aquí yo, ¡y entonces!...
Entonces seguís peleando, es decir, hablando y huelgueando. Y seguís con tanta naturalidad como el árbol al que, por un tiempo, se le impidiera recibir sol y agua. No bien los recibe de nuevo, continúa su trabajo de siempre, su trabajo de convertir el ácido carbónico en oxígeno.
Vos, igual.
Y si alguien te preguntara: Vas a seguir?... Responderías: Pero puedo hacer otra cosa, che?...
Aquel alguien te preguntaba éso por ignorancia, nada más. Ignoraba que esa fuerza, ese ímpetu que te hace lider obrero, te llega desde muy abajo, desde el fondo de los siglos . Porque tu causa, aparcero, es la vieja causa. Es la causa de la libertad humana que ahora concretamos nosotros: liberación económica del proletariado.
La causa que, encendida de heroísmo, se llama Agis o Cleómenes en Grecia, y lucha.
O se llama Graco o Catilina - el calumniado por Cicerón -, y lucha.
O se llama Enno, Cleón, Salvio o Artenión - caudillos de esclavos -, y lucha.
O se llama Espartacus, que llena de espanto a la soberbia Roma, y lucha.
O se llama Cristo, terror de filisteos en el mundo entero, y lucha.
O se llama la Comuna de París en 1871, y lucha.
O se llama los ahorcados de Chicago, a raíz del día Internacional, y lucha.
O se llama los mineros asturianos o los republicanos españoles, y lucha.
o se llama los bolcheviques rusos, y lucha.
O se llama en América Juan Calchaquí o Yamandú, u Oberá, o Tupac-Amarú, o Lautaro o Caupolicán, o todos los anónimos que, desde el frío Canadá a la fría Tierra del Fuego, victimas o héroes de la libertad, lucharon por la vieja causa.
La vieja causa por la que vos peleas ahora, líder obrero.
Ya verás, cuando los proletarios sean económicamente libres, si ellos, los amos de seres parecidos a hombres, los dueños de sables, cañones, fusiles y ametralladoras, van a encontrar manos que se los manejen.
Esto lo presienten ellos, camarada. Por eso te encarcelan a vos, que hablás. Y me encarcelan a mí, que escribo. Y por eso nos echan de la querida tierra natal.
Ellos presienten que lo conseguiremos.
¡Nosotros sabemos que lo conseguiremos, hermano!
Vos con tu mano ruda, hecha a la acción y al trabajo de todos los días.
Yo con mi mano nerviosa, que si tiene alas para escalar estrellas, prefiere andar volando a la altura de los hombres que trabajan y son explotados...
En tu manaza dejo estos versículos, aparcero líder."
Todos los hombres que trabajan.
Todos los hombres que trabajan y quieren trabajar, y viven mal - siete, diez, quince, en una pieza de conventillo o una tapera - y comen mal, se enferman y son mal atendidos, se mueren y hasta son mal enterrados.
Nosotros no luchamos para fantasmas.
Nosotros luchamos para hombres que necesitan comer bien, vestir bien, tener horas de ocio para poder instruirse y soñar...
Vos hablás así? Yo te comprendo.
Todos te comprenden, aparcero líder.
Por eso vos, hermano, seguís en la brecha. Por eso vos, aparcero, no dudás, como el ultraidealista.
Te sentís escuchado. De tu boca no salen tropos: salen verdades. A vos nadie ha necesitado gritarte: ¡Valor! Todos saben que sos valiente. Se le ocurriría a alguien gritarle a la montaña: roca? La montaña, si no es roca, no es montaña. Vos, si no fueses valor, no serías líder obrero. Lo saben todos. Lo sabés vos sin haberte parado nunca a reflexionar sobre esto, tan natural. Lo saben los mismos torturadores - prefiero no clavarles adjetivos - de la sección Especial. Nunca a ellos se les ocurrió que podrían torturarte para que "cantaras". Ya sabían que hombres como vos no cantan. Y te hundían en un calabozo húmedo, en un sótano con rejas, entre sombras, solo, a que te pudrieses, en silencio, ¡a juntar rabia!
Pero tu ideal, aparcero, tu ideal no cabía en un calabozo.
Ni en una tumba.
Jamás pensaste en morir.
Siempre pensaste: ya saldré de aquí yo, ¡y entonces!...
Entonces seguís peleando, es decir, hablando y huelgueando. Y seguís con tanta naturalidad como el árbol al que, por un tiempo, se le impidiera recibir sol y agua. No bien los recibe de nuevo, continúa su trabajo de siempre, su trabajo de convertir el ácido carbónico en oxígeno.
Vos, igual.
Y si alguien te preguntara: Vas a seguir?... Responderías: Pero puedo hacer otra cosa, che?...
Aquel alguien te preguntaba éso por ignorancia, nada más. Ignoraba que esa fuerza, ese ímpetu que te hace lider obrero, te llega desde muy abajo, desde el fondo de los siglos . Porque tu causa, aparcero, es la vieja causa. Es la causa de la libertad humana que ahora concretamos nosotros: liberación económica del proletariado.
La causa que, encendida de heroísmo, se llama Agis o Cleómenes en Grecia, y lucha.
O se llama Graco o Catilina - el calumniado por Cicerón -, y lucha.
O se llama Enno, Cleón, Salvio o Artenión - caudillos de esclavos -, y lucha.
O se llama Espartacus, que llena de espanto a la soberbia Roma, y lucha.
O se llama Cristo, terror de filisteos en el mundo entero, y lucha.
O se llama la Comuna de París en 1871, y lucha.
O se llama los ahorcados de Chicago, a raíz del día Internacional, y lucha.
O se llama los mineros asturianos o los republicanos españoles, y lucha.
o se llama los bolcheviques rusos, y lucha.
O se llama en América Juan Calchaquí o Yamandú, u Oberá, o Tupac-Amarú, o Lautaro o Caupolicán, o todos los anónimos que, desde el frío Canadá a la fría Tierra del Fuego, victimas o héroes de la libertad, lucharon por la vieja causa.
La vieja causa por la que vos peleas ahora, líder obrero.
Ya verás, cuando los proletarios sean económicamente libres, si ellos, los amos de seres parecidos a hombres, los dueños de sables, cañones, fusiles y ametralladoras, van a encontrar manos que se los manejen.
Esto lo presienten ellos, camarada. Por eso te encarcelan a vos, que hablás. Y me encarcelan a mí, que escribo. Y por eso nos echan de la querida tierra natal.
Ellos presienten que lo conseguiremos.
¡Nosotros sabemos que lo conseguiremos, hermano!
Vos con tu mano ruda, hecha a la acción y al trabajo de todos los días.
Yo con mi mano nerviosa, que si tiene alas para escalar estrellas, prefiere andar volando a la altura de los hombres que trabajan y son explotados...
En tu manaza dejo estos versículos, aparcero líder."
Álvaro Yunque
Montevideo, 1945
Montevideo, 1945
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