18/7/16

"En el sabor del tiempo queda escrito..."

"En una cárcel ha muerto Miguel Hernández. 
Ha muerto solo, en una España hostil, enemiga de la España en que vivió su juventud, adversaria de la España que soñó su generosidad.
 Que otros maldigan a sus victimarios; que otros analicen y estudien su poesía.
 Yo quiero recordarlo.
Lo conocí cantando canciones populares españolas, en 1937. Poseía voz de bajo, un poco cerril, un poco animal inocente: sonaba a campo, a eco grave repetido por los valles, a piedra cayendo en un barranco. 
Tenía ojos oscuros de avellano, limpios, sin nada retorcido o intelectual; la boca, como las manos y el corazón, era grande y, como ellos, simple y jugosa, hecha de barro por unas manos puras y torpes; de mediana estatura, más bien robusto, era ágil, con la agilidad reposada de la sangre y los músculos, con la gravedad ágil de lo terrestre: se veía que era más prójimo de los potros serios y de los novillos melancólicos que de aquellos atormentados intelectuales compañeros suyos.
 Llevaba la cabeza casi rapada y usaba pantalones de pana y alpargatas: parecía un soldado o un campesino.
 En aquella sala de un hotel de Valencia, llena de humo, de vanidad y, también, de pasión verdadera, Miguel Hernández cantaba con su voz de bajo y su cantar era como si todos los árboles cantaran. 
Como si un solo árbol, el árbol de una España naciente y milenaria, empezara a cantar de nuevo sus canciones.
 Ni chopo, ni olivo, ni encina, ni manzano, ni naranjo, sino todos ellos juntos, fundidas sus savias, sus aromas y sus hojas en ese árbol de carne y voz.
 Imposible recordarlo con palabras.
 Más que en la memoria, “en el sabor del tiempo queda escrito”.

Octavio Paz.
 Las peras del olmo -1957 -

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