6/8/15

Hemos visto el miedo ser ley para todos.Hemos visto el hambre ser el pan de muchos, y cómo han hecho callar a muchos hombres llenos de razón.



Ocho
«Tendría que escribir más canciones contra el miedo. Todas las canciones contra el miedo». Raimón vuelve la cara al sol que se alza, blanco, sol de invierno recién nacido, entre las montañas. Tiene ahora 26 años. Su padre, un carpintero anarquista, acababa de salir de la cárcel cuando él nació: la familia vivía, vive todavía, en el barrio obrero de Játiva, en una calle que se llamaba, pero ya no se llama, De la Libertad. En el 1939, al fin de la guerra, la calle perdió su nombre: las tropas franquistas le blanquearon el rótulo, a la cal, y desde entonces la gente la llama Calle Blanca, Carrer Blanc en catalán. Esta es la casa que Raimón debió abandonar, hace unos pocos años, «la cara al vent, al vent del món», «porque creo que puedo deciros, en mi maltratada lengua», en su lengua catalana dicha al modo de Valencia, paraules i fets que encare ens fan sentir homes entre els homes.
Raimón no es popular solamente entre los casi siete millones de españoles que hablan catalán; de norte a sur y de este a oeste, lo mejor de la nueva generación reconoce su naciente voluntad de afirmación y lucha en las canciones que Raimón, más que cantar, vocifera. Hasta en Madrid, que tradicionalmente mira de reojo cuanto viene de tierras catalanas, Raimón ha conquistado el segundo puesto en las encuestas de popularidad entre los jóvenes, según los resultados publicados por un diario del régimen: un cursilón inofensivo obtuvo el primer puesto. Primer Premio en el Festival de la Canción del Mediterráneo, Gran Premio al Disco de Cantante Extranjero en París: también las recompensas y el éxito estrepitoso de las funciones internacionales de Raimón señalan, más allá de fronteras, su creciente resonancia. Sin embargo, en España, Raimón no puede actuar en televisión, desde hace dos años, y la radio le está también prácticamente prohibida. El long-play que recoge su actuación en el Olympia de París, se vende a precio de oro, traído desde Andorra de contrabando: allí están grabadas las canciones que el régimen no le permite cantar, tampoco, en sus funciones públicas. Porque cada vez que Raimón canta, en programas organizados por los estudiantes en toda España, las funciones se transforman en mítines, la fiebre sube.
El no ignora, por cierto, el poder explosivo de sus canciones. A fines de noviembre del ano pasado, en Sabadell, populoso suburbio industrial de Barcelona, tuvo que cantar seis veces seguidas la misma canción -«La Nit», la noche- porque la censura le prohibió las otras que integraban el recital. Raimón sacó de su bolsillo un papelito y leyó los títulos de cada una de las canciones no permitidas: el publico acometió entonces, a coro, furiosamente, «Diguem no» -Digamos no- prohibida desde 1964:
Hemos visto el miedo ser ley para todos.Hemos visto el hambre ser el pan de muchos, y cómo han hecho callar a muchos hombres llenos de razón.
«El miedo. El miedo a las tradiciones, a lo que piensa el vecino, a perder la paga. Tendría que escribir más canciones contra el miedo»: Raimón sacude la cabeza, sonríe tristemente. Desde el alto peñón donde estamos sentados, escuchamos, en el silencio de la mañana, el tintineo de los cencerros de una manada de ovejas que marcha, por la quebrada, rumbo a la ermita de San José. Raimón me dice las letras de algunas canciones prohibidas:
Tú, tú que me escuchas con cierto miedo.Tú me obligas a gritar
y de otras que ni siquiera ha presentado nunca a la censura:
Así vengas o no vengas, hará frío este invierno.Y las viejas que venden tabaco lo sentirán mucho más.
Desde el punto de vista de los comisarios, todos estos sencillos versos de Raimón, explicados y discutidos en cada recital, resultan más peligrosos que ciertas obras clásicas del marxismo o las herejías de Freud y los existencialistas franceses, ya editadas o de próxima aparición en Barcelona. Para la España conformista y temerosa, que elevó el certificado de voto en el referéndum a la categoría de talismán mágico, tales canciones son muy inconvenientes. Si en los días del plebiscito se prohibió actuar a un conjunto yé-yé por el solo hecho de que se llamaba «Los no», ¿cómo va a permitirse a Raimón cantar libremente sus canciones? Raimón revela y presiente a la otra España, a la nueva, habla de «un tiempo que ya es un poco nuestro» y de «un país que ya estamos haciendo»: es demasiado. ¿Acaso no se le han rechazado a Berlanga quince guiones de películas que ha ido presentando en vano, uno tras otro a la censura? Apenas pasada la guerra, se prohibió en España «La República » de Platón. En 1967, la censura demuestra que ha ganado sentido práctico.
Eduardo Galeano

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