Rescatar la memoria.

Rescatar la memoria.

18/5/18

"Tres verdades sobre Liliana Bodoc."Texto leído por el hijo de Liliana, Galo Bodoc, durante el homenaje que se le realizó en la Feria del Libro

"Vivir es tener entidad,
 es poseer la capacidad de modificar la realidad 
y de influir en los sucesos. 

Vivir es decir,
 es hacer, 
es estar, 
es reunir,
 transformar."
- Galo Bodoc -

"Hoy me toca estar aquí frente a ustedes, aunque preferiría un millón de veces estar sentado a su lado, oyendo maravillado la voz de mi vieja, sus palabras siempre caricias, siempre enseñanzas. Pero aquí estoy, aquí estamos, sin Liliana. Por eso hoy voy a montarme en el impulso de su estallido para fundar, simbólica pero definitivamente, el comienzo de esta nueva vida, más sola, más triste sí, pero colmada de propósito y de compromiso.
Me sumo a esta ceremonia con un interés que trasciende el hecho de contarles algo sobre ella o sobre nuestro desamparo. Estoy acá para encarar definitivamente el misterio de este nuevo mundo, que retoña desde los restos trágicos de aquel otro mundo que existía hasta hace un instante. Así que, si me lo permiten, aprovecharé para inaugurar hoy, junto a ustedes, este nuevo mundo sin madre. Consumaré este acto confesándoles tres grandes verdades sobre Liliana. Luego intentaré explicarlas brevemente.
Estas tres confesiones que hoy elijo revelar son las siguientes:
1-Liliana Bodoc nos mintió.
2-Liliana Bodoc no fue mi madre.
3-Liliana Bodoc no murió.

PRIMERA PARTE - LILIANA BODOC NOS MINTIÓ
Liliana nos mintió, nos mintió sistemáticamente. Siempre que tuvo una oportunidad, nos mintió. Sin dudarlo, con premeditación y elaboración. Nos mintió por escrito, nos mintió con su voz, nos mintió garabateando a cada lector una dedicatoria única y personal, nos mintió con cada uno de sus personajes. Liliana nos mintió voluntariamente, propulsada por un firme e irrevocable propósito: decir la verdad.
Y aunque nos contó una historia inverosímil, que hace agua por donde se la mire, caímos embrujados por su calidez y su humildad. Y así, embelesados, fuimos capaces de creer la historia más disparatada, que ella repitió impunemente en cientos de entrevistas y ante cada consulta.
Liliana nos contó siempre que había sido una mujer que se la pasaba limpiando la casa y cocinando. Y que de pronto, a los 40 años, leyó a Tolkien y se le ocurrió escribir una épica fantástica, que fuera una alegoría de la invasión a América. Y que entonces esa señora gris y desgastada, dejó los trapos y así, de golpe y porrazo, escribió nada más y nada menos que: La saga de los confines.
¿En serio alguien es capaz de creer esto? ¿No es una historia insostenible? ¿No se cae a pedazos el argumento? Por supuesto que sí, porque esta historia es insuficiente. Es la historia de su cáscara, no la historia de su alma.
Porque la verdad es que Liliana fue una mujer que atravesó la oscuridad y la muerte, la soledad y un enorme desamparo ideológico y emocional. Que desde los seis años, cuando su mamá se deshizo frente a sus ojos, transitó perdida por un mundo sin sentido, buscando desesperadamente un lenguaje capaz de explicar el dolor, la muerte. Un lenguaje capaz de revertir el odio o, al menos, capaz de darle pelea.
Ese viento que descalabró la vida, la dejó sola en un paisaje absurdo. Y en esa inmensidad que solo instaura la muerte, el lenguaje racional se torna inútil, inservible, escaso. Entonces "la Lili" comenzó a mentir. Pero no para obtener algún valor o para zafar de algún lío o para cagar a alguien... mentir para poder decir la verdad. Porque comenzó a descubrir que solo la palabra que dice sin decir, la palabra que rodea al silencio, la palabra que hace, es la materia prima apropiada para construir un lenguaje que abarque tanta desolación, un lenguaje como un puente para cruzar a la orilla del otro y poder abrazarlo y llorar juntos hasta volver a reír. Un idioma que le hable al corazón y le mienta al cerebro, para que se calle por un rato y nos deje amar sin miedo, dar sin intereses, caminar sin apuro, hacer sin utilidad, llorar sin vergüenza, equivocarnos sin culpa... y mirarnos, reconocernos. Acá estamos, somos nosotros. hermanas, hermanos. Podemos recordarnos. Podemos perdonarnos. Podemos tolerarnos. Podemos compartir el mundo.
Para esto nos mintió Liliana. Porque el ángel que viene a ayudarnos nunca avisa que es ángel, porque eso denigraría su propósito y le quitaría voluntad al otro. Porque quien necesita andar anunciando sus actos de bien, ponerles títulos y destacarlos, no ayuda por amor sino por vanidad.
Ella nos reveló la capa más simple de su historia, para demostrarnos que todas y todos podemos salir de la oscuridad, para que no vayamos a creer que hay que ser un elegido, un ser superior, una excepción. Por eso, en vez de apoltronarse en el sillón de su popularidad y sentirse alguien especial, se arremangó y más que nunca visitó la casa de la gente sencilla, fue a tocar la puerta de los tristes, de las explotadas, de los perdidos. Fue a asegurarles que el destino se hace, no se hereda, no se impone. Que el destino se elige. O por lo menos se lucha. Que se forja con trabajo, con dolor, con errores, con paciencia. Y con un ingrediente irremplazable: con los demás. Que no se escribe en soledad, sino con la pluma y la sangre de todos los que pasaron antes, con la voz y la urgencia de los que no pueden hacerlo.
Liliana mintió, no como mienten los cobardes ni los estafadores, no mintió como los políticos ni como los infieles ni como los que hacen caridad.
Ella escribió sus libros como ventanas, como armas, como abrazos. No como libros. Escribió libros como revoluciones. Liliana escribió sus libros como escriben en el silencio los tambores.

SEGUNDA PARTE - LILIANA BODOC NO FUE MI MADRE
Mucho más que un desgarro profundo nos dejó la partida de Liliana. El final de su cuerpo desplegó un gigantesco estandarte que nos reúne detrás de un propósito y nos convoca a salir a la vida a hacer, a poner en práctica, todo lo que nos enseñó con su palabra y con sus actos. Su trascendencia confirmó la consumación de su propósito original. Liliana consiguió finalmente transformar su orfandad temprana y sola, en este triunfo irrevocable de nuestra reciente orfandad, rodeada de abrazos y de amigos. Y así, no solo sanó sus heridas, sino más bien dejó a disposición un despliegue de herramientas, modos, mapas y medicinas, para que los demás puedan sanar las suyas.
Liliana ofrendó cada instante de su vida, al intento urgente de evitar que los otros padecieran el sinsentido de la no madre. Con ese propósito, se constituyó en madre de quien fuera que necesitara una. Fue una y otra vez, incansablemente, madre incondicional y madre presente. Fue madre biológica, madre emocional, madre intelectual, madre política, madre simbólica, madre furiosa, madre caricia. Donde ella estuviera, nadie habría de sentir la oquedad profunda de la orfandad.
Pero para llegar hasta aquí, hasta este último gran salto que hoy honramos y esta presencia acrecentada que percibimos, Liliana tuvo que atravesar un infierno. Y también tuvo que morir. No ahora, sino hace muchos años. Cuando se sintió impotente ante tanta urgencia de amor, aturdida por las burlas de la mediocridad. Cuando percibió su imposibilidad de abrazar a todos los huérfanos y alzar a todos los derrotados. Entonces se fue apoderando de ella una profunda desilusión. Una nostalgia como una debilidad recurrente. Con los días se fue poniendo gris, desenfocada, triste. Y durante muchos años nos visitó la calamidad.
Pero un día ocurrió algo que rajó la realidad y dejó expuesta una posibilidad. Fue durante unas vacaciones en Chapadmalal cuando, en otro de los incontables intentos de reconquistar nuestra felicidad, nos dispusimos a leer en familia la gran saga de Tolkien. Ignorábamos completamente que estábamos descubriendo juntos una grieta en el muro, una especie de error en el sistema. Un vacío. Y ante la visión de esta, quizás última oportunidad, a Liliana le brilló el alma con un pensamiento. Recuerdo que lo expresó esa misma noche, cuando charlábamos sobre lo que habíamos leído. Ella reflexionó y nos dijo, como si Nakín le estuviera susurrando desde el tiempo mágico, que alguien debería escribir una saga épica en tono latinoamericano. Una epopeya imaginaria que redima y empodere a nuestro continente, a nuestro mundo. Así como Tolkien había hecho con el suyo. Dijo "alguien" porque no importaba quién. Esta saga era fundamental para nuestro pueblo y para nuestra historia. Era urgente para nuestro tercer mundo, para nuestra revolución.
Terminaron las vacaciones, terminó El Señor de los Anillos y volvimos a casa. Pero algo había cambiado definitivamente. Liliana nos miraba diferente, como si hubiera despertado de un antiguo letargo. Y una mañana cualquiera, no pudo retener más la certeza que se había instalado en su corazón. Y con sencillez, casi pidiéndonos permiso, nos anunció que se iba a poner a escribir esa saga ausente que imaginamos juntos, aquella noche en que buscábamos desesperadamente ser felices. Y así lo hizo. Y por eso escribió como escribió. Con ese lenguaje único y sin embargo colectivo. Porque Liliana no escribió para ella, escribió para nosotros, escribió porque a nuestro pueblo le faltaba una bandera fantástica para enfrentar al odio en el terreno de la emoción.
A partir de aquella revelación y contra todos los pronósticos, se encomendó a la tarea de concebir una poderosa máquina de asedio, para golpear la muralla del odio, allí donde la hegemonía mostraba una resquebrajadura. Dispuesta a dejar la vida en este intento, se entregó sin descanso a construir un gigantesco cañón de palabras. Y cuando finalmente estuvo listo, apuntó a la grieta del muro gris y disparó el único proyectil con el que contaba: su amor. Y en esa enorme explosión se inmoló aquella mujer desolada y triste. Fue hace más de veinte años que murió mi madre, fue cuando nació la nuestra. Cuando surgió de las cenizas esta guerrera enorme: Liliana Bodoc.
Por eso digo que no fue mi madre. Digo que no fue exclusivamente mi madre, ni la madre de Romina, mi hermana. ¿No fue la madre de nuestros hijos, Alondra y Gael? (Se suman otras voces)
-Sí, es cierto. Ellos la llaman mabuelita.
Liliana fue la madre de sus hermanos. ¡Fue incluso la madre de su marido!
-Sí, efectivamente, hijo. Muchas veces fue mi madre además de mi compañera.
Liliana fue la madre de su padre, de los vecinos, de los hambrientos. Liliana fue la madre de sus lectores, de sus amigos. Pensemos. pensemos juntos, recordemos. ¿no la sintieron a veces como una madre? En sus libros, en sus palabras, en su sonrisa, en su humildad. ¿No fue madre de ustedes también alguna vez? ¿Acaso no fue tu madre alguna vez?
-Sí, fue mi madre cuando, casi sin conocerme, me preguntó por mis hijos y por mis sueños.
¿Acaso no fue tu madre?
-Sí, fue mi madre cuando me vio la tristeza y me regaló palabras como medicinas.
¿Fue tu madre alguna vez?
-Sí, fue mi madre cuando un viento se llevó la mía.
¿Tu madre?
-Sí, fue mi madre cuando llegó hasta nuestra escuelita, sin esperar nada más que un abrazo de todos los chicos.
-Sí, fue mi madre cuando me quedé sola como Elisa.
-Sí, fue mi madre cuando la sombra se olvidó de serlo.
-Sí, fue mi madre cuando me habló como el tambor de Kupuka.
-Sí, fue mi madre cuando compartió el pan de vieja Kush.
-Sí, fue mi madre cuando me incentivó a escribir,
-a vivir,
-a confiar,
-¡a rebelarme!
-Sí, fue mi madre cuando nos recordó que
(Todos juntos) -¡La educación no es un acto de generosidad, es un acto de justicia!
-¿Saben cuándo fue mi madre? Cuando le dio sentido y propósito a la muerte de. de. (Se olvida. Silencio incómodo) A la muerte de.
(Todos responden) -¡Sabino Colque! ¡Wilkilen! ¡Kume! ¡Dulkancellin! ¡Zope Zopahua! ¡Kupuka! ¡El Masticador! ¡Elek! ¡Los Lulus! ¡Jesús! ¡Un linyera! ¡Vieja Kush! ¡Tabaquito! ¡Padure! ¡Bérnaba! ¡Bruno! ¡Sairi Rumiñavi! ¡Los jugadores de Yocoy! ¡Atima Imaoma! ¡Acila!
(Recuerda de pronto lo que iba a decir antes) -¡A la muerte de su mamá!
(Convocando la atención de los demás) -¡Pará, pará, pará! A su propia muerte le dio sentido. (Repite invitando a la reflexión) A su propia muerte.
(Todos en canon) -Su trascendencia. Su salto. Su consumación. Su viaje. Su expansión. Su mutación. Su misterio. Su eco. Su plenitud. Su eternidad. Su presencia.
-Liliana fue nuestra madre cuando declaró el fin de un mundo.
-Y el nacimiento de un nuevo mundo posible.
-Yo creo que fue nuestra madre. cuando fue madre de Santiago Maldonado.
(Todos susurran) -¿Dónde está? ¿Cómo fue? ¿Qué pasó?
-Y madre de los niños y niñas de la murga de la villa.
-Y de los docentes.
-Y de los estudiantes.
-Y de los jubilados.
-Y de las derrotadas.
-Y de los olvidados.
-Y de los desaparecidos y de las desaparecidas.
(Arengando) -¡Madre de madres fue Liliana!
(Todas las mujeres al unísono) -¡Madre y bandera de las mujeres que luchan y tuercen el rumbo de la historia!
(Todos individualmente, para sí mismos) -Sí, fue mi madre. ¡claro que fue mi madre! (dirigiéndose a alguien en particular) Fue mi madre y la tuya. Fue nuestra madre. (Repiten hasta que comienzan a dudar. Quedan en silencio pensando. Y finalmente todos llegan a la misma pregunta) ¿Fue mi madre? (Repiten esta pregunta varias veces y se aíslan hasta quedar en silencio. Luego van descubriendo la respuesta individualmente y comienzan a repetirla) No, Liliana no fue mi madre. No fue mi madre. No fue.
(Interrumpiendo repentinamente) -¡No, señoras y señores, claro que no! ¡Liliana Bodoc no FUE mi madre!
(Todos al unísono y con fuerza) -¡Liliana Bodoc ES mi madre! (Silencio)
¿Acaso no es hoy nuestra madre?
(Todos en voz baja, reconociendo a quienes tienen al lado) -Sí, es nuestra madre. Nuestra madre. (poniéndose de pie uno a uno) ¡Gracias, madre! ¡Gracias!
Gracias, mamá.

TERCERA PARTE - LILIANA BODOC NO MURIÓ
Si vivir es tener entidad, es poseer la capacidad de modificar la realidad y de influir en los sucesos. 
Si vivir es decir, es hacer, es estar, es reunir, transformar. ¿Cómo podríamos asumir que Liliana murió?
 Si estamos convocados aquí por su existencia, si aún nos habla, aún nos cuenta. Si ahora que abandonó su cuerpo y repartió su corazón, podemos percibir como se expande y se hace bandera. Cómo puede estar muerta si nos hace reír, nos hace llorar. Si nos agrupa, nos enseña. No está muerto quien pelea, pero menos muerto está quien canta. Y ahora mismo puedo escuchar como canta. (Se escucha una voz femenina) Cómo va a estar muerta si ahora la veo en los ojos de mi viejo, en la maternidad de mi hermana, en la felicidad de mi hija, en el compromiso de sus lectores. No, esa no me la creo. Es completamente inverosímil. Liliana descartó su físico, porque el cuerpo es denso y limitado, y ella necesitaba abrazarnos a todas y a todos a la vez, y no dejar a nadie fuera de su abrazo.
Cómo va a estar muerta si cada vez que recuerdo sus manos, lo cotidiano se vuelve mágico. Sus manos, sus pájaros en el aire."

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